El Puma y El Dante*

En noviembre de 1988 El Gráfico publica un reportaje en el cual «El Puma» Alberto J. Armando – presidente insignia en la historia de Boca- cuenta su vida en primera persona. Es un reportaje oportuno, casi póstumo: Armando muere en diciembre de ese año. Grande, alejado de sus impetuosos e históricos rencores – conserva apenas un encono puntual con Carlos Heller- exhibe paz y serenidad, virtudes de las que careciera en sus años de peleador, endulzando relaciones otrora tormentosas. Cierra diciendo «mi vida tiene dos pasiones: Boca y los autos. Lo de Boca nace en 1925, como un reflejo de la gloriosa gira por Europa, por las noticias que llegaban a Humberto Primo, en la Provincia de Santa Fe».
De chico es feliz. Sus papás de clase media manejan en Estación Elisa, Provincia de Santa Fe, un negocio de ramos generales. Súbitamente la alegre fotografía desaparece en menos de un mes y medio; primero se va la mamá en un raspaje de un embarazo; luego el padre a quien le explota el corazón. A los catorce años es un huérfano sin un cobre que queda a cargo de sus tres hermanas menores. Se muda a Humberto Primo, ahí nomás. Ya no es feliz, ahora es un pibe pobre que tiene que luchar por las suyas contra la adversidad. Lo hace. No alcanza a terminar la escuela primaria porque tiene que trabajar. Se emplea en una casa de ramos generales. Cuando se entera que la Concesionaria Ford local busca cadete, toma el puesto. Gana menos que en el empleo anterior, pero lo puede su pasión por los autos. La diferencia de sueldo la compensa sirviendo los domingos el almuerzo en la pensión en que vive.
En la concesionaria no sólo hace de cadete, también limpia. Es un chico vendaval, puro vértigo: a los dieciséis años asciende a cadete vendedor. Sigue siendo cadete, pero queda habilitado para vender. Visita clientes manejando un Ford T. Les vende autos, latas de aceite, bolsas de talco o cajas de parches, porque aún no existen las gomerías, el que pincha una goma debe arreglarse solo. Le dan el diez por ciento de comisión por cada venta. A los veinte años va a Paraná a cumplir con el servicio militar obligatorio. Cuando el Ejército lo devuelve se emplea en la Concesionaria Ford de San Francisco. Pasa luego como gerente de ventas a la de Zenón Pereyra, que anda mal, da pérdidas. Da vuelta la situación: la concesionaria tiene asignados por La Ford nueve autos y tres camiones para vender. Los vende, pero vende también veintisiete autos más. Obtiene para Zenón Pereyra el premio Club de Productores otorgado por la Ford. En tanto, el oponente histórico de Ford en la Argentina, la Chevrolet (entre las dos acaparan el mercado en una competencia feroz que se extiende al plano deportivo en la categoría Turismo de Carretera) no alcanza a vender un solo vehículo.
Aún es muy joven, pero ya es Armando. Les pasa el trapo a todos. Acomete y consigue el objetivo, algunas veces sin importar cómo. Escrúpulo no es una de las palabras preferidas de su vocabulario. Su sueldo es de noventa pesos más el diez por ciento de comisión de todas las ventas. Comienza a amasar su primera fortuna. Vuelve a la concesionaria de San Francisco pero ya como gerente general. Tiene sólo veintiocho años, apenas está comenzando.
En San Francisco conoce a quién será el icono máximo del periodismo deportivo, Dante Panzeri. Allí se crió y ahora trabaja en La Voz de San justo. Casi todos los mediodías, después del almuerzo, Panzeri pasa por su casa para ir juntos al café de Ferrasi, porque ninguno de los dos es adicto a dormir la siesta, prefieren dedicar esas horas a jugar tute o chinchón. Cuando Armando se anota –sus primeras y únicas experiencias como piloto- en tres carreras que se corren en Santiago del Estero (Añatuya, Colonia Dora y Pinto), Panzeri le consigue publicidad para el auto.
Pero después será su sombra negra eterna, su conciencia, su adversario feroz. Lo castigará siempre, cotidianamente, cualquiera fuere el medio donde trabaje, El Gráfico, la televisión, la radio, la revista Satiricón, el diario El Día. No importa donde esté, Panzeri a Armando le dará leña a garrotazos.
Los dos vienen de familias de clase media empobrecidas. Tienen que trabajar desde niños. Panzeri también es huérfano –aunque sólo de padre- como Armando. Necesitan parar las ollas familiares; uno –Panzeri- para sostener a la madre, el otro a sus hermanas. Así como Armando de pibe se emplea en un almacén de ramos generales hasta que va de cadete a una concesionaria, Panzeri reparte fiambres en bicicleta antes de que lo tomen de mandadero en un diario. Son autodidactos. Uno no termina la primaria y el otro apenas llega a sexto grado. Pero la rémora educacional no les pesará. Armando dominará la escena futbolera por décadas, exhibiendo astucia, coraje, facilidad de palabra, carisma, dominio de la escena. Aspirará incluso a ser presidente de la nación, o al menos eso se insinúa en los corrillos y programas periodísticos políticos en 1972. Al año siguiente irá como candidato a senador. Panzeri será el periodista deportivo referente de varias generaciones, de moral intachable, utilizará un lenguaje especial, inconfundible, acusatorio. Pocos han sido respetados y temidos como él. Armando le lleva once años, los dos son del interior del país, recién serán personajes públicos cuando arriben a Buenos Aires. Armando es de Santa Fe, Panzeri también, rosarino, pero no es la provincia natal la que los une, sino Córdoba, en la ciudad en que Panzeri se cría y Armando trabaja.
Cuando ya no se quieran tendrán sin embargo adversarios comunes, en especial uno, el Almirante Carlos Alberto Lacoste, el zar del fútbol de la dictadura. Las ideas políticas de los dos son conservadoras, piensan parecido. Es el plano moral lo que los diferencia. Los divide el dinero. Armando tiene en alta estima el poder del dinero, Panzeri lo odia. Panzeri transita Buenos Aires como un héroe solitario, individualista, principista, un personaje de la Novela Negra americana que dedica su vida a luchar contra el poder del dinero –muchas veces sin distinguir cómo y a quiénes favorece en cada ocasión particular- y de las mafias. Un detective tipo Philip Marlowe que no investiga asesinatos, sino que como periodista deportivo investiga y denuncia la corrupción. Una especie del Gary Cooper de High noon.
El punto de quiebre de la relación –que nunca alcanza a ser una verdadera amistad- es el dinero. Armando atribuye la ruptura a su negativa de prestarle plata a un amigo que tiene en común con el periodista, que es quien se lo pide. Una de las normas que Armando dice respetar –en el campo de las relaciones personales- es la de no prestar dinero. Hace favores sí, pero no presta plata. No le gusta. Como Panzeri odia el dinero, odia más a quien no lo presta cuando otro lo necesita. Es por eso que descargará en el futuro toda su artillería contra Armando en episodios de fuerte enfrentamiento en todos los frentes, incluso judiciales. Es una guerra a muerte. Tanto lo es, que termina recién cuando muere el periodista en 1978.
Armando brinda una versión respecto a su relación con Panzeri que parece veraz cuando describe sus orígenes, pero es notoriamente incompleta e incierta –desmedidamente endulcorada- cuando se refiere a lo que sucede después.
«Mi buena relación con Panzeri se trasladó a Buenos Aires. Yo me vine en 1943, formé mi propia empresa. Dante llegó después a El Gráfico. Nuestro diálogo siguió siendo fluido, incluso él me alentó cuando yo le dije que quería ser presidente de Boca. La amistad se cortó por algo que nunca llegué a explicarme bien. Dante tenía un amigo, Pedro Rodríguez, que en San Francisco jugó conmigo al futbol en la primera división de Tiro y Gimnasia, y que no tuvo mucha suerte en la vida, siempre anduvo necesitado. Dante una vez me pidió por Rodríguez. Yo ya estaba en buena condición y en esa circunstancia mucha gente cree que todo es posible. Para ser rigurosamente estricto con la verdad, confieso que nunca me gustó prestar dinero. Puedo hacer favores, gestiones por terceros, todo eso encantado, más si existe amistad por medio, pero dinero no. Mi negativa a ese pedido deterioró mi relación con Panzeri. Es difícil comprobarlo ahora, han fallecido los dos (Panzeri y Rodríguez), pero creo que ese episodio influyó mucho. Dante fue el crítico más riguroso que tuve, atacó casi todos mis actos como presidente de Boca, pero yo jamás dudé de su honorabilidad periodística. Siempre creí, y lo voy a creer hasta el último día de mi vida, que sus ideas discrepaban con las mías, nada más que eso».
«El punto máximo de nuestro desencuentro se produjo en 1963. Boca tenía que jugar la Copa Libertadores con Santos, y Panzeri en un programa de televisión, palabras más palabras menos, dio a entender que a Santos no le convenía venir a Buenos Aires porque los jugadores de Boca iban a quebrar a Pelé. Yo lo estaba viendo en mi casa, salí corriendo, agarré el coche y sin respetar semáforos llegué hasta Leandro N. Alem y Viamonte, donde estaba el viejo Canal 7. En la esquina, por el apuro, choqué con un taxista; el hombre se bajó como loco, con una barra de hierro, y cuando estaba por pegarme, me reconoció…Yo le grité que llevara el coche a mi concesionaria, que no se preocupara por el arreglo. Llegué a la puerta del Canal, agarré de un brazo al portero y le pedí que me llevara hasta el estudio donde estaban transmitiendo. Cuando Panzeri me vio detrás de las cámaras le dijo a la audiencia que yo estaba en el estudio y que me invitaba para el próximo programa, porque ya no tenía tiempo. Eso me enfureció más, entré en la escena, ignoré la mano que me tendía Panzeri y dije algunas cosas fuera de lugar. Todo eso, penetrar en un estudio de televisión, interrumpir una transmisión, me costó un serio problema judicial; durante dos años tuve que pedirle permiso al juez para poder salir del país…Ese día, al lado de Panzeri estaba Ernesto Lazzatti, quien había sido el técnico campeón con Boca en 1954. Me extendió la mano y yo también la ignoré, pero le dije algo muy grave: “Usted es un traidor”. Si hay algo de lo que estoy arrepentido en mi vida, es de eso. Fue una consecuencia de la situación. Lazzatti es un hombre de bien, un verdadero caballero»
Orlando Salvestrini -será décadas después una figura central en el Boca que construirá el equipo Macri- está mirando televisión. Es un adolescente hincha de Boca preparándose para asistir al sueño de enfrentar al Santos en La Bombonera, consumiendo los programas deportivos de todos los canales. Tiene un recuerdo del episodio que difiere en algún detalle respecto al motivo que desencadena la reacción de Armando. Además, en su memoria, el final es diferente. Ve el programa soportando las críticas de Panzeri respecto al hecho que Boca ha puesto suplentes en el partido anterior para esperar a Pelé. Panzeri le provoca rechazo como a cualquier otro hincha de Boca. Tanto rechazo, que lo recuerda como un pelado ácido. En su recuerdo Armando ingresa efectivamente al estudio, se escucha un ruido, quizás una cámara cayéndose, y se ve en vivo su agresión física a Panzeri, a quien agrede a las trompadas. Es probable que haya sucedido así. Al menos en su memoria de pibe ha sucedido así.
Sea como fuere, al contrario de lo que afirma Armando, éste duda de la honorabilidad periodística de Panzeri. De lo contrario es inexplicable la gran cantidad de demandas judiciales que interpusiera en su contra, basadas en el daño que le producía lo que decía y escribía, incluso resaltando con letras mayúsculas acusaciones de corrupción que incluían un improbable supuesto soborno al gobierno de Arturo Illia, que le abriera las puertas a la Ciudad Deportiva:
«En el rápido enriquecimiento de esa “monarquía de gomas y nafta” de aquellos días de fines de 1942 y principios de 1943, y en la vía libre que esa monarquía hallara para proseguir su marcha de poder económico pisoteando incontables normas de vida ética y jurídica, se gesta esa fortuna; se gesta el pulpo económicamente todopoderoso que en 1965 tanto puede SOBORNAR A UN GOBIERNO COMO DECIDIR QUE BOCA-RIVER JUEGUEN AL FÚTBOL CON LA LEY DE LA SELVA EN LUGAR DE LA DEL FÚTBOL
Por complacencia y complicidad delos demás, y en menor medida por sus propios afanes personales, el presidente de Boca Juniors se ha convertido en amo sin cargo específico de las principales decisiones que tocan a la conducción del fútbol profesional argentino. En esa conducción oficiosa, el presidente de Boca tiene frecuentes actitudes que pueden justificar su señalamiento como principal responsable del caos que en todos los órdenes registra la marcha del fútbol argentino».
Panzeri no le hace asco a sus aliados circunstanciales si de atacar a Armando se trata. Cuando José López Rega, el jefe de la Triple A que da inicio al terrorismo de estado, desde su cargo de Ministro de Bienestar Social habla de higienizar el fútbol para hacer una limpieza que empezará con Armando, pero no la concreta, Panzeri se lamenta de que la cosa quedara sólo en palabras y no en hechos.
Luego de su exitosa carrera empresarial en Santa Fe y Córdoba, en 1943 Armando se muda a Buenos Aires, ciudad que ya no abandonará, será el lugar de sus grandes negocios, el escenario de su vida pública. Por esa época también se afinca en la Capital Federal Panzeri. Armando ingresa como uno más, sin que se sepa cómo, al círculo de privilegio donde se toman las grandes decisiones en la Argentina. Son otras voces, otros ámbitos, distintos de aquellos de Humberto Primo, pero no se amilana. No tiene padrinos que lo empujen o sostengan, no pertenece al engranaje de una organización administrativa o religiosa a la que deba responder y lo respalde, sólo exhibe algunos contactos empresarios y políticos forjados desde que Alberto Pavone, el dueño de la primera concesionaria que lo emplea, advierte antes que nadie su olfato para los negocios. No integra un grupo económico afianzado, sólido. No pertenece al poder. Es él, Alberto J. Armando, el mismo chico huérfano que se abrió paso con determinación, en soledad, pero que ahora avista un horizonte ancho, sin límites, infinito.
Es todavía el amigo de Panzeri de las tardes sin siesta de San Francisco. El periodista aún no ha alzado el dedo acusador ni tomado la pluma para embadurnar su honor. No lo hace siquiera cuando ya siendo él un periodista de prestigio, Armando concreta el negocio que lo lleva a la cúspide empresarial del negocio automotor: la venta a la Policía Federal Argentina de seiscientos ochenta y un Ford Falcon convertidos en patrulleros, un fruto del denominado proyecto Falcon desarrollado por la Ford Motor Company. Un automóvil duradero, accesible a la clase media, más pequeño que los modelos tradicionales norteamericanos.
Armando convive con el poder de turno –el peronismo- y de su mano, a comienzos de los años cincuenta, acompaña informalmente a una delegación gubernamental para visitar a las tres grandes firmas automotrices de Detroit (Ford, Chevrolet y Chrysler). Se avecina la crisis de 1952, Juan Domingo Perón piensa en la inversión extranjera como un paliativo para enfrentarla, cree que se pueden construir, o al menos ensamblar, autos en el país. Jorge Antonio ha avanzado en ese sentido formulando una propuesta a la General Motors, con la que está vinculado como representante. Los funcionarios del gobierno reiteran el ofrecimiento de Antonio a las otras dos terminales, destacando que se les otorgarán incentivos a la inversión. Armando profundiza en el viaje sus sólidas relaciones con Ford, fraguadas como concesionario importador de esa marca. Son tiempos de cambio en la Argentina. La industria es precaria, efímera, poco eficaz. En realidad, el país carece de una industria automotriz propia de significación; recién la tendrá con el gobierno de Arturo Frondizi.
Dentro de la empresa de Armando existe una fauna de personas influyentes que incluye a asesores, en realidad facilitadores de negocios públicos. Uno de ellos es pariente del Comisario General Miguel Gamboa, Jefe de la Policía Federal Argentina desde el 20 de agosto de 1952. Armando sabe que para hacer negocios con el Estado hay que beneficiarse de los contactos vinculados al poder político. Por entonces no se los llama lobistas. No importa cómo se los llame. Han existido antes, y existirán siempre, se los llame como se los llame. Por él se entera de la existencia de una oferta de la Mercedes Benz para renovar toda la flota de autos patrulleros de la Federal, a un costo de cinco mil dólares por unidad. Es más que probable que al frente de esas tratativas transite Jorge Antonio, presidente de la filial argentina de la automotriz alemana, entre otras representaciones, que además mantiene un ligamen íntimo con el presidente Juan Domingo Perón. Pero a pesar de que parece cantado el galope fácil de Antonio como caballo del comisario, Armando no se amilana: ofrece unidades Ford Falcon a un precio sensiblemente menor (dos mil dólares cada una), agregando como aliciente los servicios de un departamento de repuestos que va incluido dentro del precio final. Es una oferta imbatible por el valor de cada unidad, pero también en especial porque el Falcon es un modelo modesto, eso sí, pero batallador y confiable. En cambio los vehículos de la Mercedes Benz se originan en una terminal de lujo, inapropiada para la función de autos patrulleros. El Puma aún debe superar un escollo: la forma de pago. El gobierno sólo ofrece pagar el veinte por ciento del precio al contado, y el saldo en cuatro cuotas semestrales con el dos por ciento amortizable anual. Su participación en el negocio es sólo la de un comisionista. Mantiene para esa venta la antigua regla del diez por ciento de comisión. No es él quien vende los autos, la relación vinculante tiene como partes contratantes a Ford Motor Company de los Estados Unidos y al el Ministerio del Interior de la Nación. Ford resiste la forma de pago, no le quiere fiar a un gobierno que acentúa día a día la histórica desconfianza de Estados Unidos con el peronismo que proviene de la época de Spruille Braden -una rareza: Braden es un político demócrata progresista que terminará siendo interrogado por el ultra fascista Comité de Actividades Antinorteamericanas de Joseph Raymond McCarthy; en cambio aquí se lo cree un fanático imperialista de derecha-. Armando se instala en el Waldorf Astoria de Nueva York y permanece allí hasta pactar una audiencia con Henry Ford, a quien conoce de otros viajes, a celebrarse en Detroit. Pero no resulta necesario ir a Detroit: Ford acepta días después la forma de pago teniendo en cuenta su gestión personal. El negocio se hace. Armando sube al escalón más alto de su carrera hasta entonces.
En 1953 se presenta como candidato a presidente de Boca. Lo conversa con Panzeri, quien lo alienta –según él- para que compita y asuma en 1954. El jingle de su campaña electoral es el tango Boca Juniors que compone Rodolfo Sciammarella (letra y música), e interpreta Miguel Caló y su orquesta («Un grito de justicia a la hinchada más bravía que dedico de todo corazón»). Está en el lado A de un disco de pasta de 78 rpm, (en el B se escucha «Cómo le digo a la vieja»). Canta Roberto Arrieta. La partitura es de Editorial Korn,
Gana las elecciones en diciembre y asume. Su gestión es muy diferente a las que ejercerá en el futuro a partir de 1959 para completar sus más de veintidós años al frente de Boca. En este período inaugural debe prestar casi exclusiva atención al fútbol, no a lo institucional. Aun no es el imaginativo Julio Verne del fútbol (Orlando Salvestrini dixit), el adelantado al futuro que dejará su marca aun desde la opacidad del ocaso. No habrá en este año y medio inicial siquiera un atisbo de sus sueños de grandeza posteriores. Esa carencia inicial de grandiosidad se debe a la situación del club en el plano deportivo en 1954. El panorama es malo, pésimo, de los peores de su historia. Boca no sale campeón desde 1944 (diez años), e incluso ha estado a punto de descender en 1949, lo que evita en la última fecha. Diez años para Boca es la eternidad, Armando necesita un título pronto, y en ese su primer año como presidente, Boca sale campeón. Lo que toca El Puma lo convierte en oro. Contrata al célebre Ernesto Lazzatti, (casualmente apodado «El Pibe de Oro»), como director técnico, aunque Lazzatti prefiera que lo llamen de otra forma. Armando necesita un abanderado que respete la hinchada. Suma dos refuerzos: Miguel Angel Baiocco, de Estudiantes de la Plata, e Iseo Fausto Roselló, de Nacional de Montevideo. El socorro que viene a sostener el grito de gol durante el campeonato es impensado, un jugador que ya es de Boca, no hay que comprarlo: José «Pepino» Borello, delantero desatendido que está a préstamo en Chacarita y vuelve al club al que ha llegado en el incierto 1949, el del cuasi descenso, y no debuta hasta 1951. Hasta entonces no ha trascendido pese a ser un excepcional cabeceador y sus tiros al arco de cañonero, como se dice entonces, virtudes que hace valer en la campaña de 1954, campeonato del cual es uno de los tres goleadores. Una de las pretensiones de Armando es repatriar a Héctor Rial, El Nene, integrante de la famosa delantera del Real Madrid que compone con Raymond Kopa, Alfredo Di Stefano, Ferenc Puskas y Francisco Gento, una de las mejores de la historia del fútbol mundial, tal vez la mejor. Armando siempre apunta alto, aunque algunas veces su objetivo sea demasiado alto. Esta es una de ellas, pero es afortunado y obtiene un rédito inesperado –asimilable al regreso de Borello- porque en los tanteos previos a la negociación relativa a su intento de contratar a Rial, éste –al declinar la oferta-, le dice respecto a Iseo Fausto Roselló: “Cómprelo pero no se equivoque, Armando, es un muchacho que Nacional tiene suspendido, y como no juega atiende un boliche. El que está jugando es el hermano, Héctor, pero éste es mejor”. Boca formaliza la operación por diez mil dólares. Lazzatti, una auténtica gloria boquense, cuyo extraño orgullo es afirmar que no tiene ni tendrá antecedentes como director técnico, apenas se considera un ordenador, exhibe desde su asunción una fuerte personalidad al sacar del equipo a Herminio González, «Pierino», un ídolo de la hinchada, construyendo un equipo pragmático, si se quiere tacaño, muy defensivo para una época en que se juega con cinco delanteros, al menos nominalmente. Lazzatti mantiene como arquero a Julio Elías Musimessi, un chaqueño de escasa altura física para ocupar esa posición, pero de gran rendimiento bajo los tres palos, en épocas en que salvo Amadeo Raúl Carrizo, el histórico guardameta de River –pero muy amigo desde siempre de Boca Juniors como institución- los arqueros no salen del área chica. Musimessi además es el «arquero cantor». Canta en shows y tiene su propio programa en LR2 Radio Argentino, en el cual populariza el chamamé «Dale Boca, viva Boca, el cuadrito de mi amor». Los defensas son Héctor Otero, Juan Carlos Colman, «El Comisario», que ha venido de Ñuls con Musimessi; Federico Roberto Edwards (recio, casi brutal, tanto que un editorial de Dante Panzeri – quien ya empieza a señalar la bestialidad y afeamiento del juego, una señal de su futura guerra con Armando- en El Grafico lo muestra con un rival caído a sus pies con la leyenda Somos todos Asesinos, seamos todos reeducadores, haciendo alusión a la película de André Cayatte). En el medio juegan Francisco Lombardo – marcador de punta sobre la derecha, en el fútbol de hoy-, Eliseo Mouriño, Natalio Agustín Pescia, «El Leoncito». Arriba Julio Marcarián, Borello, Roselló, Juan Carlos Navarro.
Ese equipo –muy criticado al comienzo del campeonato por gran parte de la prensa deportiva- termina siendo el de mayor promedio de venta de entradas de toda la historia. Llena su propia cancha y las ajenas. Una muestra: en el partido jugado el 4 de julio contra Huracán en Parque Patricios, se venden 48.996 entradas y la recaudación es de $220.482. Ricardo Infante anota el único gol para el triunfo de El Globo 1 a 0. Boca arranca el campeonato ganándole a Ñuls 3 a 2 en Rosario, sigue con una fea derrota contra «El Rojo» en «La Bombonera» 3 a 0, alterna unas pocas buenas con algunas malas hasta que llega una racha de seis victorias seguidas que da para el entusiasmo. En la segunda rueda no deja de ganar, tanto que la patria boquense, poco menos que desaforada al intuir que puede romperse la cadena de una década de frustraciones, hace explotar la taquilla partido tras partido. Para el enfrentamiento con River en el Monumental se recaudan 257 mil pesos, una de las cifras récords del futbol argentino, medida en moneda constante. Boca pierde mal ese partido, 3 a 0, pero gana el campeonato.
Ya campeón, emprende una nueva gira por Europa, de la que regresa invicto. Mantiene el prestigio que le ha dado aquella de 1925, prestigio que en 1984 rodará por el suelo. A la par –un hecho vinculado- Armando crea el Museo Histórico de Boca Juniors, en la sede social.
En 1955, para defender el título, compra al delantero Ernesto “Tito” Cucchiaroni proveniente de Tigre, e incorpora al celebérrimo Juan José Pizzuti, único integrante de los planteles de tres grandes del futbol argentino, Boca, Racing (de quien es su símbolo, su referente histórico, aunque El Cilindro académico no lleve su nombre) y River. Boca se encuentra peleando por el liderazgo de la tabla de posiciones cuando irrumpe la Revolución Libertadora en septiembre de 1955. Armando debe irse, no completa el mandato, el gobierno lo persigue, lo encarcela, lo investiga. “Me tuve que hacer a un costado por esa investigación que estaban realizando en mi empresa. Yo nunca voté a Perón, ni a sus candidatos, sin embargo la Revolución Libertadora, a través de algunos personeros, me quiso identificar con el peronismo, y tuve que dejar la presidencia de Boca. Por eso perdimos el título en 1955, lo digo sin falsa modestia”, cuenta Armando. Esta es una particularidad de la vida de Armando, su azarosa relación con el poder de turno. Convive con Perón, sin ser peronista; a partir de 1973 lo perseguirá José López Rega, el líder de la triple A. Atraviesa gobiernos militares, se enfrenta con el almirante Carlos Alberto Lacoste (a quien la hinchada boquense apoda Capitán Piluso), el patrón del fútbol de la dictadura, con radicales y peronistas, se sostiene siempre, en ninguna de esas ocasiones abandona el mando, salvo aquella vez, forzado por la Libertadora que lo encarcela. Reina en el país un espíritu de venganza contra todo lo que pueda ser sospechado de peronismo. Eso es lo que hace la Libertadora. Lo manda preso y empapela las calles de Buenos Aires con afiches que dicen: «En la LISTA NEGRA de la SEGUNDA TIRANIA está el varias veces preso e interdicto Alberto J. Armando. Pronto los boquenses podremos también investigar todas las fechorías que ARMANDO y LLACH cometieron en el club durante 1954 y 1955».
Sobre todo este tipo de canalladas, Panzeri no dice nada. Calla. Trabaja en El Gráfico desde la década anterior, será su director en esta, pero escribe acerca del deporte, es como que esquivara el tema de las persecuciones políticas.
Durante su breve primera presidencia Armando impone un estilo de conducción muy particular, inédita, que acentuará hasta el infinito en las que ejercerá posteriormente. No admite que haya iguales entre los dirigentes. Es Armando y punto. Boca es Armando. Separa dirigentes, echa vicepresidentes cuando sospecha –en algún caso particular con razón- que meten la mano en la lata. Respeta al técnico, a quien considera el jefe del equipo, pero es su influencia con los jugadores lo que lo pone mucho más arriba que los técnicos. Convive con los jugadores, no necesita de un intermediario. Para construir la relación impone su impronta, sus ganas y hasta sus rutinas, en especial a partir de 1960. Todos los jueves al mediodía reserva una mesa para treinta personas en el mítico restaurante «La Cabaña», famoso en especial por sus pucheros que han quedado en la memoria nativa. Un placer reservado para exquisitos es almorzar allí. Armando invita a los jugadores para que alternen con dirigentes políticos y empresarios que se pelean por tener un lugar en las mesas. Es un cóctel inigualable agitado en un cacharro que cobija a la gente humilde mezclada con los poderosos. Boca lo puede todo, y con Armando puede aún más. Nadie ha hecho algo igual, ni nadie lo hará en el futuro.
Eleva la apuesta al infinito: «Los sábados al mediodía invitaba a un jugador a mi casa, con su señora, la novia o la mamá, y nos íbamos a comer al Veracruz. Después lo llevaba en mi coche hasta su casa. Así los comprometía a la causa de Boca y el equipo».
El Veracruz, uno de los lugares de alta comida de Buenos Aires, de prestigio infinito, pequeño, pocas mesas (no necesita más por sus extravagantes precios, inalcanzables para el hombre común). El auto de Armando conduciendo, llevando al jugador de fútbol a su casa. Para el jugador de esos tiempos, para su novia, para su esposa, para su madre, por lo general de origen humilde, una especie de éxtasis.
Para El Dante ese estilo de El Puma en sus relaciones con jugadores e hinchas es pura demagogia. El fútbol –para Panzeri- con Armando incrementa la violencia y se corrompe. Y el juego pierde su belleza. Comienza una guerra interminable repleta de degradaciones y maldades entre El Dante y El Puma. Al fútbol argentino le faltan dirigentes, decencia, y wines, dirá Panzeri. La frase será eterna.
De estas carencias –para él, en su visión sesgada por las broncas mutuas- el principal responsable tiene nombre y apellido: Alberto J. Armando.

*Material utilizado en el libro en construcción «Boca, de Armando a Macri. Memoria del Interventor»

2 pensamientos en “El Puma y El Dante*

  1. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Recién veo este comentario. Tengo desatendido el sitio, disculpas. Es un apunte desubicado para esta entrada, que se refiere a Armando y a Panzeri. Advierto que tu agresividad sigue intacta. Recuerdo unas antiguas arremetidas tuyas, contestadas por los chicos que se ocupaban del sitio, que no eran obsecuentes ¿Para qué los insultás? Me intrigaba no saber quién eras, un burro fui, ahora Google me ha informado. Creer que yo pueda haber sido votante de Macri define tu atolondramiento. Tratá de superarlo. Hay ayuda para eso. Jamás puteé a rajatablas al kirchnerismo. Incluso en esta página aplaudí lo de YPF. Critiqué ciertamente su falta de proyecto, que tiraran piedras al río durante años desperdiciando una oportunidad dorada, y que dijeran «vamos por todo» terminando no yendo por nada. A Horacio González lo conozco desde hace años, antes de su paso por la Biblioteca Nacional. Hemos compartido además los cumpleaños de Raúl Zaffaroni, un amigo de siempre que teníamos en común con Raúl Alfonsín. Fijate qué zonzo serás que conociendo estos antecedentes asumiste un voto mío a Macri. Saludos y gracias por el material

  2. JUAN CHANETON

    Maravilloso lo tuyo, Polak… De putear a rajatabla al kirchnerismo y votar a Macri pasaste, sin escalas, a abrazarte con Horacio González en el Tortoni, ínclito lugar prestigiado antaño por un caballero del ensueño como Jorge Alfredo Luque Lobos, entre otros ilustres, tan lejos aquel pasado de este presente de la oportunidad y los negocios… ¿Has visto, infatuado bloguero, que no todo era tan malo, en aquel ayer tan próximo que se ha ido para no volver…? ¿Comprendes, ahora, que, al socaire de un sedicente pundonor republicano, reptaba nada más que un proyecto de clase, sin más norte que el lucro devenido valor, ni más brújula que el odio hacia todo lo que significa pueblo o nación…? Estás empezando a percibir la rancia fragancia que estos hombres de estancia y adictos a la vagancia te hacen probar un poco para que recuerdes el gusto que tenía tu propia medicina. Lo hacen en nombre de la libertad y me gustaría saber que vas a argumentar ahora para fundar la posición de las Cámaras sin que se note que no es el derecho del autor lo que les preocupa sino, en lugar cimero, el interés de las editoriales que todavía siguen pagándole al autor el … 10 % del precio de tapa…!!! Habría que hacer una corrección ahí, no te parece…? Y si los costos no permiten quijotadas, bueno, es la libertad, la libertad de Federico Pinedo abuelo rediviva ahora en retoños que vos votaste. Tratá de reflexionar sin mandar a obsecuentes tuyos a insultar a un lector de tu blog simplemente porque no tenés argumentos para rebatirlo, que eso fue lo que hiciste y ahí están los archivos. Te absuelvo sólo si considerás con seriedad el texto «Para Macri empezó la cuenta regresiva» en http://www.vaconfirma.com.ar o en su defecto http://www.tesis11.org.ar y, asimismo, si valorás con razones, no con descalificaciones interpósitas, el siguiente derrideano escrito:

    El ARA San Juan y los espectros del pasado

    Juan Chaneton
    Claro que duele esto de ser ciudadano de un país sumido en el desconcierto, la confusión, el prejuicio, la ignorancia y el culto a la oportunidad como modo de hacer política o de ejercer el periodismo. Duele. Pero no arredra. Pues por detrás no hay nada. Todo regreso es imposible. De modo que, hoy como ayer, no queda otra opción que salir hacia adelante. La dignidad y el futuro no nos lo regalará nadie. Deberemos arrancárselos a las difíciles circunstancias que atravesamos.
    A un país siempre al borde de la imposibilidad se le ha venido a superponer una tragedia que ha tenido la tanática eficacia de arrojar, sobre la escena, una espectralidad binaria a la que se suponía conjurable con sólo ignorarla y que puede resumirse de este modo: un fantasma recorre la Argentina, el fantasma del terrorismo de Estado, con la sorprendente secuela de la comprobación de que la Argentina carece de una política de defensa nacional.
    Porque ha sido nada menos que esto lo que, como indeseada epifanía, nos ha vuelto a alcanzar cual espectro al que siempre suponemos materia del pasado y nunca probabilidad abierta y con aptitud de hacerse presente en cualquier momento, y fue eso lo que sucedió a partir de las 7.30 de la mañana del miércoles 15 de noviembre, instante postrero que marcó la última señal de vida de la tripulación del ARA San Juan al mando del capitán Pedro Fernández.
    Un oscuro discurso se abrió paso enseguida -y esto ocurrió también en el pasado- para justificar inoperancias y acusar a unos otros que ya van a tener que ir pensando en hacerse cargo hasta de las decapitaciones de Enrique VIII. Y así, como no había nada que decir, el periodismo acudió pronto en auxilio del que no tenía nada que decir y dispuso la narrativa de modo tal que pareciera que el que no sabía qué decir estaba diciendo justo lo que había que decir.
    Leemos: «Pocas palabras. Apenas 6 minutos de un mensaje sobrio, vacío de adjetivos pero preciso en su señal política: el presidente Mauricio Macri dejó en claro que la crisis desatada por la desaparición del submarino ARA San Juan encuentra a un gobierno unido y sin fisuras, al menos a la vista». Martín Dinatale, Infobae On Line, 24/11/17.
    Leemos: «… Puede considerarse, desde una perspectiva psicológica, uno de sus discursos más significativos, por lo que más importa en cuanto a la afirmación de las facultades presidenciales y de su propia persona… tuvo el acierto de buscar el fortalecimiento de su imagen exactamente en el momento en que lo aconsejaban las circunstancias. Fue lo que se llama un discurso enérgico, pero no tanto por su contenido cuanto por sus antecedentes, estilo y personalidad de quien lo hizo suyo» (La Nación, 2/9/80). El columnista, aquí, se refiere a Jorge Rafael Videla.
    Ayer y hoy los medios de la derecha le aseguraban al pueblo que su presidente había dicho algo sustancial, y a falta de algo realmente sustancial, le decían a ese pueblo que el presidente había estado «sobrio» y había marcado un «estilo». Blindar, de eso se trata, de blindar. No sólo al que no tiene nada que decir sino también al que no sabe ya qué hacer y que aquel poco que tiene para hacer lo tiene que esconder. Videla escondía lo suyo. Macri, hoy, esconde otros quebrantos. El problema radica en que Macri no es un alien o un extranjero. Es un ciudadano argentino que expresa la moral media y el promedio de aspiraciones de la sociedad en que vivimos.
    El periodista Dinatale no había nacido cuando sus colegas de La Nación ocultaban, con una narrativa tramposa, los crímenes que se estaban cometiendo en el país. Porque La Nación hizo eso: fue partícipe necesario del delito, del crimen de lesa humanidad, del terrorismo de Estado, aunque sus columnistas de hoy hablen sin rubor del terrorismo de Estado y no duden en escribir para el diario que ocultó los crímenes y que, por esos años, también se quedaba con Papel Prensa y esa causa sigue abierta en la memoria de los argentinos y en la de los doctrinarios del derecho que acuñaron el tecnicismo de cosa juzgada írrita. Y una cosa juzgada írrita no es, en rigor, cosa juzgada, porque la causa nunca está cerrada y siempre puede abrirse. Para que se abra, sólo tienen que cambiar los signos de los tiempos.
    Apresurémonos a decir que las responsabilidades por lo ocurrido aun están por dirimirse y que -esto también hay que decirlo- no le habrán de caber sólo al actual gobierno. Esto es así por cuanto el tipo estadista ha estado ausente de la conducción política nacional desde, por lo menos, 1983 en adelante. Ese fue el punto preciso en que se tiró al niño junto con el agua sucia. Tal vez Raúl Alfonsín no haya tenido más opción que ajustar las cuentas con el pasado inmediato, pero era indispensable, en los años sucesivos, pensar una política que incluyera, junto con la obligación moral de castigar, una concepción de la defensa nacional que, andando el tiempo, habría de ser protagonizada por las nuevas generaciones de militares. La Argentina, por el marco global en que se mueve y por su estatura estratégica en términos de recursos y riqueza, no puede no tener una noción clara de cuáles son sus intereses a defender en un proyecto de país digno de tal nombre. Había que terminar con una dinámica institucional que asignaba a los militares poder político e injerencias indebidas en la gestión pública, pero no había que terminar con los militares y con toda noción de defensa nacional. Otra etapa histórica se abría y aquellos actores castrenses de antaño no serían ya los mismos en el marco de la impiadosa «globalización» que se avecinaba, cuya seña de identidad más dura sería su vocación por barrer con las fronteras nacionales y por licuar el concepto de soberanía nacional.
    De modo que la tragedia de hoy evoca a la de ayer y lo hace porque la formación fantasmática llamada terrorismo de Estado se cuela en la coyuntura por el atajo de un silogismo oportunista que el periodismo cloaca enuncia más o menos del siguiente modo: no hay equipamiento para las fuerzas armadas; en vez de equiparlas se las descalificó y se las humilló durante décadas; la tragedia del ARA San Juan es de exclusiva responsabilidad de los que, en vez de contar con una política para las fuerzas armadas, les cobraron, constantemente, facturas del pasado.
    No sorprende que todos cuantos se afilian a esta superficialidad exculpan al actual gobierno. Y se supone que lo hacen basados en el simplismo de que, en dos años, no se puede consolidar una política de defensa nacional. Dejando de lado a Alfonsín y a Menem -a quienes hay que concederles que estaban ocupados en saldar las consecuencias de su pasado reciente-, debemos decir que si durante el período 2003-2015 no se diseñó nada parecido a una política de defensa nacional, también es cierto que hoy la única política que hay a la vista para la defensa es el ajuste, un presupuesto mínimo que sólo se va en sueldos y no alcanza para equipamiento y -y esto es lo más importante- un proyecto de país que no necesita fuerzas armadas pues se ha decidido operar en el cuadrante geopolítico estadounidense que sólo concibe a las fuerzas armadas como agentes policiales de frontera para combatir el «narcoterrorismo».
    Y el problema entra así, entonces, en zona de turbulencia. El horror de una muerte como la que posiblemente hayan tenido los 44 tripulantes del ARA San Juan no enerva la inclinación a politizar el tema. Y no está mal politizar los temas que hacen al proyecto de Nación al que debemos aspirar los argentinos. Lo malo es que todavía somos un proyecto… y van doscientos años de vida independiente.
    Una vez más, los argentinos se acuerdan -luego de que la tragedia insinúa su desenlace- de que contar con una política de defensa nacional y con algún tipo de fuerzas armadas son asignaturas que el país debería ya haber aprobado. Pero, también una vez más, el relato insinúa una escrituralidad equivocada, pues a estas horas ya hay periodistas y medios preguntándose qué fuerzas armadas necesita el país y no qué país necesitamos los argentinos para concluir, desde allí, qué tipo de fuerzas armadas defenderán mejor ese proyecto nacional. Ese es el punto.
    La Argentina no tiene futuro vendiendo soja y con su capital propio escondido -como hacen truhanes y malechores con el botín mal habido- en paraísos fiscales, sino poniendo en tensión la totalidad de sus recursos naturales y humanos en función de un tipo de industrialización todavía pendiente y todavía posible. No se llega ser Canadá o Australia (ese es uno de los eslóganes marketineros del gobierno) sin unas fuerzas armadas participando activamente en la fabricación de insumos para aquella industria pesada que el país pueda encarar -en la era de la robótica y de la inteligencia artificial- en el marco del espacio integrativo llamado a coordinar, en el plano regional, las prioridades nacionales de cada actor de la gesta soberanista que esto implica. Tampoco se llega a ser un país respetado en el concierto mundial sin definir hipótesis de conflicto en función de los intereses nacionales y no haciendo propia la agenda de seguridad diseñada por otros en otra parte del mundo. Y, finalmente, no hay futuro para los argentinos sin la imprescindible «visión gaullista» de la geopolítica mundial que, en el hoy de la globalización económica y financiera, debe consultar como objetivo estratégico de la Argentina, su participación en la construcción de un orden mundial multipolar. Para esto se necesita inteligencia y audacia y, sobre todo, cero prejuicios y nada de anteojeras ideológicas.
    Pero no es este el caso, de modo que un país gobernado por Mauricio Macri y por Marcos Peña está condenado de antemano. No hay lugar en el mundo para una Argentina que quiera valerse por sí sola en el mundo o que aspire al medroso reclamo de «inversiones» al costo de asumir la agenda antisoberanista y antipopular que Estados Unidos ha renovado para América Latina.
    No se tata de poner nuevamente en pie a Fabricaciones Militares o a aquella Sociedad Mixta Siderurgia Argentina (SoMiSA) que supieron ser pilares de un proceso industrialista que, aunque defectuoso, iba, en su momento histórico, orientado en la buena dirección. Pero haríamos bien en dejar de soñar con una Argentina fuerte y respetada si tenemos como agenda para las fuerzas armadas el degradarlas a policía de fronteras en busca de contrabandistas de cocaína. Hoy en día y en el mundo, la reivindicación nacional se constituye a sí misma como opuesto de la internacionalización que implica la globalización y por eso ésta encuentra resistencias bajo el formato nacional o bajo las tendencias centrífugas hacia las secesiones. En ese contexto, sólo se puede tener futuro como Nación y eludir el destino de Estado fallido proponiéndose un proyecto nacional y social en el cual están llamados a ser pilares fundamentales las fuerzas armadas defensivas del país y sus trabajadores que son, al fin y al cabo, los que crean la riqueza material en todas las latitudes. La cuestión es nacional y social. La encrucijada que enfrenta la Argentina estriba en encontrar el camino para ser un país genuinamente soberano y, a un tiempo, un país justo.
    Un eje integrativo y soberanista en América Latina, claro está, pondría en entredicho la propiedad y el modo de gestión de los vastísimos recursos naturales, humanos y de biodiversidad con que cuentan Argentina y Latinoamérica. Y es el caso que los dueños de hoy de esos recursos también son los dueños de la comunicación, son los que diseñan el orden simbólico, definen el sentido común y tamizan la imagen y la medida de valor con que aquellos procesos integrativos van a ser percibidos. Por esa causa -entre otras causas- tocó a su fin el ciclo soberanista centro y sudamericano que recorrió el continente a lo largo de los tres lustros iniciales de este siglo. Pero fin de ciclo no es lo mismo que derrota.
    En rigor, el último conato de industrialización serio y digno de tal nombre fue el que se intentó implementar durante el período 1958-1962. Los militares lo abortaron. En nombre de la patria. Y para desembocar, andando el tiempo, en el apoyo a patriotas como Martínez de Hoz y Videla.
    Eso se llamaría miopía política si no fuera algo más grave. Como es miopía política (y anhelamos que no sea algo más grave) que un general retirado confíe en Macri para rescatar a las fuerzas armadas del actual estado de postración en que se debaten, que eso, en suma, es lo que ha hecho don José Luis Figueroa (Infobae On Line, 24/11/17, su nota «El submarino San Juan expone el rencor hacia los militares»).
    No es el único que lo dice pero dice muchas cosas que resumen un poco lo que, a estas horas, constituye buena parte de la narración nacional de la tragedia del ARA San Juan y de todos los argentinos. Cree advertir, el aludido general, «miedo rencor e indiferencia» hacia los militares por parte de la sociedad argentina. No hay tal. A estos militares de hoy no cabe más que tenderles la mano porque -como Figueroa dice- son de origen popular y no habitan, precisamente, en los barrios más ricos. Se trata de oficiales, suboficiales y soldados. A éstos, entonces, el pueblo les da la derecha. A éstos. No a aquéllos. Y aquéllos -aquí sin dudar, como sí duda Figueroa- son los que pusieron el Estado argentino -con sus recursos, humanos y materiales- al servicio del terrorismo de Estado. Por eso son criminales de lesa humanidad. Por eso sus crímenes son imprescriptibles, como en la Alemania de hoy lo son los cometidos por los nazis que, de tanto en tanto, todavía supérstites, comparecen ante los tribunales. No hay dos demonios -como quiere Figueroa-. Ni siquiera hay uno solo. Aquí no hubo demonios. Hubo lucha de clases, que ahora se eufemiza como «grieta». Y a la lucha armada no llamó Santucho, llamó Perón antes que Santucho, en febrero de 1970 (v. «Carta a las FAP»; en Documentos de la Resistencia Peronista; recopilación de Roberto Baschetti, Puntosur Editores, Bs. As., 1988, p. 439). Era el clima de época, aquí, en Latinoamérica y hasta en Europa. Y los que usaron el Estado para tirar guerrilleros vivos al mar y para robar niños fueron aquellos criminales de lesa humanidad, no estos militares de hoy a los que todavía se les escamotea un lugar en la sociedad y que tienen que entregar a 44 víctimas para que recién entonces el periodismo bobo, el periodismo cloaca de este país, se acuerde de que Aguad o Macri no tienen agenda para estas fuerzas armadas, y sin sospechar (o sabiéndolo perfectamente) que la única agenda de que dispone este gobierno en el punto es degradarlas a policía de frontera persiguiendo borrachos, tratantes o delincuentes que hayan sido nombrados como tales por la Usaid o por la DEA.
    Al dolor y al horror de esa muerte inmerecida de esos 44 tripulantes les hacen nulo honor las miserables especulaciones negociales tanto de los «operadores» con pasado combativo, como las de «dirigentes sociales» cuya única verdad es la oportunidad, que alucinan que sin Aguad podrán «proveer» más y mejor a unas fuerzas armadas de las que poco les preocupa si forman parte de un proyecto de país o de una aventura neoliberal sin futuro y a contrapelo de la historia. Tampoco rinde buen homenaje al capitán submarinista Pedro Fernández y a sus subordinados el señor Pinedo echándole la culpa al kirchnerismo de una imprecisa «destrucción» del material castrense inscripta, esa destrucción, en la sempiterna «pesada herencia» recibida. El caso es que no pueden hacer otra cosa, unos porque su condición de negociantes insomnes los hace partidarios incondicionales de todo cuanto sea lucro fácil y negocio oportuno. Otros, porque no pueden decirle a las fuerzas armadas y al pueblo que los votó que no tienen más proyecto para la Argentina que la condición de país agrícola subordinado a la agenda geopolítica de los Estados Unidos.
    Sin que pueda decirse que el kirchnerismo alumbró para el país una Argentina con un proyecto industrial, lo cierto es que el ARA San Juan fue reparado en Tandanor en 2014 y que aún hay que esperar para saber qué lugar ocupará en el expediente ya abierto el requerimiento que, en mayo de 2016, la diputada Nilda Garré le hizo al jefe de Gabinete en estos términos: “… el submarino San Juan necesita de una carena desde hace tiempo y se la deberá hacer pronto si no se quiere tener incidentes de navegación” (el carenado es el mantenimiento al casco del buque).
    En este punto estamos. Más que quién tiene la culpa hay que saber qué proyecto de país tenemos. Sería un error descomunal no reparar en que se trata de un problema de naturaleza esencialmente política, porque se trata de concebir un país integrado a las nuevas corrientes soberanistas e independentistas que surcan el mundo cuando ya está lanzada la nueva era de la informatización, la robótica y la inteligencia artificial aplicadas a la producción y a los flujos globales. Un error descomunal (o una opción de clase) será renunciar a la personalidad propia a remolque de hegemonías continentales en decadencia histórica. Nada hay más grave hoy que el haber optado por un modelo que concibe una mejor calidad de vida para los trabajadores como un gasto y no como una inversión. Si los derechos son un obstáculo para el crecimiento ello se deberá a que estamos en busca de un país subordinado, primarizado y con derechos para pocos.
    Un relato conspiracional ha entrado también en el debate y arrecia con sospechas de toda laya. Preferimos no entrar en un terreno en el que la conjetura excluye el rigor. Mientras tanto, el ISIS ya comienza a transfigurarse, en este sur de América Latina, en una sedicente «RAM» que «niega al Estado argentino» y que, como es natural, constituye una «nueva amenaza» que deberá ser combatida en el marco de la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico porque, ya se sabe, los mapuches consumen cocaína en la celebración del Ngillatún de la Machi. Que se preparen, los militares argentinos, para una segunda campaña contra los pueblos originarios. Esa agenda ya fue decidida por otros, en otra parte.
    Las medias tintas, en ciertos órdenes de la vida, pueden brindar una ilusión de seguridad. Pero en la política y en punto a considerar los buenos valores sobre los que debería fundarse una sociedad, no conducen más que a nublar la etiología de los problemas y a posponer sus soluciones. Es el proyecto de país que encarna Macri el que traerá luto sobre este, nuestro lugar en el mundo. Hay que huir de toda ambigüedad. De lo contrario, pagará un precio la sociedad, nuestra sociedad. Será el precio que irroga contar con una moral y no con otra. Los signos exteriores de una moral social expresan esa moral y transfiguran en símbolos a la sociedad que ha adoptado esa moral. No es lo mismo que una calle se llame Jorge Luis Borges que Ramón L. Falcón. Es un ejemplo, no una propuesta de nuevo nominalismo urbano. Y si la sociedad encuentra que tal oxímoron ético está expresando «equilibrio», esa sociedad está en un problema. La ambigüedad no es un destino, es una decisión. Pero no de la sociedad, sino de quienes administran, al interior de ella misma, de la sociedad, el saber, o los saberes, o la toma de decisiones. Claro que, a quienes administran, los elige el pueblo… Tensiones dialécticas de un país en marcha hacia algún lado.
    ***
    Sin más inquietud que el ferviente deseo de compartir inquietudes en este país doliente y perplejo, te saludo con toda cordialidad y estima.

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