Camp Nou*

Yo sé que van a decir que estoy exagerando, pero les juro que no. Palabra de honor. No agregué ni un centímetro a lo que pasó anoche, así como les cuento sucedieron las cosas. Estuve cerca, muy cerca, ahí nomás, de ser otro viejo Casale. No se sulfuren, está bien, ya sé que el viejo Casale no existía hasta que lo imaginó el Negro Fontanarrosa, pero cuando el Negro escribió el cuento, Casale paso a ser realidad, y  tal vez ahora le esté haciendo compañía a su creador en el Cielo.

La jornada comenzó que ni pintada, mejor. Quién podía siquiera entrever una tragedia.  Cuando me levanté me dije «hoy es jueves, por fin». Había llegado el día. A la mañana tuve que cambiar de hotel, porque en el Attica21 tenía reservado sólo hasta el 23, y me fui al Front Maritim, metí el auto en la cochera y me hizo el check in una catalana dibujada, preciosa, de lo más lindo que vi en mi vida. De fotografía. Le dije que iba a la cancha y me aconsejó que tomara el 7, que pasaba a unas tres cuadras. Un colectivo de línea, igual que el que tomó el viejo Casale, quien en realidad creyó que era un colectivo de línea, pero estaba fuera de servicio, uno de mula, un fraude, desvencijado, rosarino, hecho pelota. Este no, bien catalán, aire acondicionado, a dos euros por barba. Me dijo que fuera en el 7 para viajar con la hinchada, tomando contacto con el ambiente futbolero; medio que no le creí, pero estaba muy convencida, y me miraba con esos faroles azules que los tenía a todos enamorados (encima hace un rato la vi de civil, cuando se iba, vino a despedirse, en tejanos, yo estaba en el lobby, un espectáculo, sus compañeros se baboseaban). Me dije cómo va a viajar la hinchada en uno de esos colectivos, que te avisan con carteles luminosos cada parada, con un altavoz que repite, marca las combinaciones, qué se yo. Pero de todas formas lo tomé, todo el mundo me decía que en auto no fuera, que iba a ser un quilombo para estacionar. Lo cierto es que en el 7 hinchada no había, como me imaginé, sólo unos quince turistas disfrazados de Messi a los que un catalán les indicó que se bajaran dos paradas antes para cagarlos, seguro que era hincha de Espanyol. Yo no entré en la data del turro ese, me baje bien, antes de llegar a los edificios de la Caixa.

Caminé junto a una multitud de messis chinos, americanos, alemanes, franceses, lo que fuera, había messis de todo el mundo yendo para el Camp Nou. De pronto uno paró y se puso a mirar hacia un costado. Todos pararon y se quedaron mirando. Le pregunté a un local qué miraban, pero masculló algo en un catalán ininteligible. A mí el calor no me molestaba mucho todavía, estaba contento, lo único que al principio me dio cosa fue ver una cantidad impresionante de letreros luminosos por las calles circundantes que decían 23-08-2012.  No tenían ningún sentido, si sabíamos todos que era el día del partido de ida de la Supercopa. Tenía el acces 14, pero primero fui al 9 porque ahí hay un Pans & Company. Compré un british bacon y me senté con un matrimonio y su hijo de nueve. Ella de Murcia, el de Pamplona. Me dijeron que esto del clásico es un negocio del Barcelona, una especie de fraude del que participa el Real como partenaire. Que así el Barca se empareja como atracción turística con Gaudí y con Miró, pero ellos de todas formas hacia meses habían comprado unas entradas muy caras por el pequeño, un enamorado de Messi. Derrochaban sensatez. Gente muy agradable.

Cuando abrieron las puertas encontré mi lugar sin dificultad. Hay un solo control a la entrada, la policía está pero no te revisa ni nada, me mandaron para abajo, a la boca 109. Una acomodadora me señaló el asiento a pura sonrisa. Yo seguía contento. Me había cruzado con un pibe con la camiseta de Racing, le toqué el escudo y me dijo “le ganamos al Rojo, y hoy jugamos con Colón”. La camiseta era de un modelo viejo, se ve que la traía de antes de emigrar. El campo de juego de ahí se ve fenómeno, pero resulta que encima hay dos tribunas, quedás encajonado, no se ven las gradas de enfrente, y el calor (que aquí es africano) se eleva unos diez grados. Lo único que ves es la tribuna baja de enfrente, y la cinta electrónica que te anuncia ininterrumpidamente que hoy es 23 de agosto de 2012 y se juega por la Supercopa el clásico, como si no lo supiéramos. Yo pensaba que iba a tener un vecino de platea tipo el que tuve aquella vez en el Madrid de Franco, un murciano con querida puesta en la ciudad, que la mujer sabía del asunto pero era antes del destape y se bancaba la situación, cuando fui a ver al Real con el equipo de la Isla de Malta. Acá no, eran cientos de messis catalanes, habituales de la platea, matrimonios con sus pequeñas y pequeños messis que saltaban de asiento a asiento hasta que se quedaron dormidos por la hora (el partido empezó a las diez y media de la noche) y dejaron de molestar, grandes y chicos más arrogantes que los hinchas de Boca durante la era Bianchi, o los de la San Martin de River cuando jugaba Francescoli. Insultaban sin parar a Ronaldo y a Casillas cuando practicaban antes del partido, al referí en cuanto a lo vieron, y en especial a Mouriño durante el juego. Le daban a las vuvucelas sin parar, se ve que habían ido al mundial de Sudáfrica, para el fútbol tienen guita a pesar de la recesión, un ruido ensordecedor, imposible de aguantar, y el de la voz del estadio peor, gritando los apellidos de manera muy exagerada. Además, con el calor africano había una baranda que te descomponía, porque acá además comen pesado, jamones pata negra, ajo, un asco daba que casi vomito, se los juro de verdad.

Cuando entró a calentar el Barca, una explosión. Nunca escuché nada igual. Messi se hacia el distraído, no ejercitaba, todos saltaban en un pie a la orden del preparador, y él no hacía nada, ni siquiera el brazo movió para agradecer cuando lo nombraron y más o menos 85.000 energúmenos de los 91.123 espectadores estallaron gritando su nombre. Cuando empezó el partido, se fueron extinguiendo mis expectativas, comprendí súbitamente que no me sería fácil soportar el calor africano debajo de las tribunas. Mis pies estaban inflados y rotos desde hacia tiempo, arruinados por el pedregullo de la Costa Brava, el peligro de deshidratación estaba cada vez más próximo; el infarto, cercano; no sé, el golpe de calor, me atemoricé, comencé a desfallecer, manoteé un par de aguas sin gas que te las dan sin el tapón para que no se las tires a los líneas, me mojé la cabeza en el baño, pero nada, empeoraba minuto a minuto. En el entretiempo bajé hasta el palco oficial, unos metros, corría un poco de brisa, vi el estadio entero, esplendido, pero no había lugares alrededor desocupados, y me tuve que volver a la caldera. En el primer tiempo los barceloneses jugaron bien, iban de acá para allá, Messi se comió un par de situaciones, pero terminó cero a cero. El segundo fue diferente. Los goles del Real los vi perfecto, sucedieron casi como al lado mío. Unas minas que estaban rebuenas le dieron al Viva Real, hablaban de futbol en serio, sabían, amaban a Higuain y a Demaria, nadie las molestó. En cambio los goles del Barca no pude apreciarlos bien, porque esta gallegada catalana se levantaba de los asientos cada vez que avanzaba el equipo y entre sudores cantaba, con la música de «si esto no es el pueblo, el pueblo donde esta», algo relacionado al estilo de juego del equipo, a su amor por el petiso orejudo calvo ese, al Xavi y por sobre todo a Messi, quien permanecía taciturno y ausente hasta que de vez en cuando agarraba la pelota y desparramaba madrileños. De todas formas este partido yo ya lo había visto en Buenos Aires un año atrás por televisión. Muy parecido, se jugó en el Bernabéu, hasta con un gol en contra del boludazo del arquero del Barca, pobre, se ve que le tienen prohibido reventar la pelota para adelante y vuelta a vuelta se hace unos nudos bárbaros. Además la cara no lo acompaña. El pitazo final confirmó mi esperanza (que aún no había perdido), de sobrevivir.

Pero el baile recién empezaba. En Barcelona no hay transportes después de la medianoche, o casi no hay. La puta madre que los parió a todos los que me dijeron que viniera sin el coche. Lo podía haber estacionado a diez kilómetros y ganaba plata y salud. Decenas de miles de messis de todas las nacionalidades y colores recorrían la Avenida Diagonal, que cruza de lado a lado la ciudad, tratando de llegar a alguna parte. Vi cientos de micros a la espera, corrí hacia ellos, pero eran de diferentes peñas del F.C. Barcelona, no te dejaban subir si no eras de su peña. No tuve más remedio que plegarme a la manga de otarios que íbamos por Diagonal. Al menos yo no me había disfrazado de Messi, era mi consuelo. Estaba ya casi completamente deshidratado, pero avancé con el paso ligero de los moribundos entrenados. Los pasaba como postes. Mi sed era intolerable. Justo al mediodía había estado leyendo a Truman Capote, una edición vieja que en Lisboa, en un puesto callejero de la Avenida de los Libertadores, me costó sólo un euro, su primera novela, Other voices, other rooms. Por eso me pareció que los messis negros que venían amontonados cantaban “if you gotta thirst, and water done gone, pray to the Lord, pray on and on”, pero seguro era mi imaginación, deliraba, ya estaba medio tarado, eso lo cantaban en el libro acompañados con un acordeón que tocaba Missouri, pero yo  estaba en el escalón anterior a ser finado, me costaba entender. En algún momento conseguí entrar a un bar, pero el malhumor de la encargada contra los dependientes me superó, insultaba sin parar y hacia muecas de mal cogida; cuando al fin uno me atendió, lo retó diciéndole que había una muchacha esperando antes que yo, preferí darle la cara a la parca como un valiente sediento, antes que convertirme en una bestia al que la ira lo desbordase, y me fui.

Caminé un par de kilómetros más, de pronto me puse a correr, mis piernas eran como las de otro, respondian pero el cuore parecía que no, sentía los muslos de las dimesiones de los de Ernesto Grillo, y los gemelos de Hussein Boldt. Fue algo así como la llamarada de vida que precede el final. Desfallecí. Había llegado al límite. Tenía una plancha de seis toneladas en la cabeza, vahídos, palpitaciones, los pies sangrantes. Apoyado contra un árbol, como un Guevara recién desembarcado, me dispuse a morir. Mis últimas preocupaciones, lo recuerdo bien, fueron dos: que ustedes se avivaran y no repatriaran el cuerpo, que lo hicieran ceniza aquí y la tiraran al Mediterráneo, es más barato; y en especial entender qué clase de conjuro extraño me había emparentado con el viejo Casale, éramos tan distintos con ese viejo; además la muerte de él se entendía, pero la mía (que estaba a punto de suceder) no, para nada. Misteriosos caminos del Señor que pronto me serían revelados.

Fue entonces cuando lo vi. En una esquina. Mi salvador. Cristo, Mahoma, Jehová, Alá, Buda, todos juntos.

Me enfrentaba erguido, con orgullo pero sin soberbia, casi se diría modesto, sin que lo alcanzase una pizca de la arrogancia de la Generalitat. Pequeño y acogedor. Un barete, sin demasiada gente, abierto. Lo atendían un petiso y una chica jóvenes,  sonrientes y agotados, gritando a dúo no take away, no take away. Porque los messis querían desesperadamente agua para llevar. Me acerqué y les pedí agua y cerveza, parado frente a la barra. Me trajeron agua y cerveza una y otra vez, y otra, y otra, y otra. Me cobraban cada vuelta. Poca guita, menos que en Buenos Aires. En eso le dije al petiso que me cobrara tres rondas por adelantado, sin tickets y en negro. Su cara se iluminó. Me hidraté a niveles maravillosos. Los empecé a ayudar con los pedidos. No me atreví a pedirles mojitos, porque estaban a mil. Le expliqué a un chico inglés que tenia pintada la cara con los colores del Barca, que la fórmula del éxito era agua más cerveza, no whiskey y cerveza como en los pubs, porque te mamabas. Al final, la chica me prestó un encendedor para fumar mi Cohíba afuera. Me preguntó si sabía que había llegado al lugar apropiado, porque el bar se llamaba San Telmo, y estaba en cortada con la calle Buenos Aires. El petiso vino afuera a buscar el encendedor y me dijo que era napolitano y de Maradona. Nos abrazamos. Yo también, le dije, esta noche soy del Nápoli y de Maradona. “Ustedes me salvaron la vida, esa vida que Messi rosarino hijo de puta quiso quitarme, junto al petiso orejudo, el Xavi y el calor africano”. Ahí fue que lo pensé por primera vez. Que en el conjuro estaban metidos ellos. Un pacto con el Diablo, algo en el que ellos tendrían que ver. Tipo el bebé de Rosemary.

Caminé cincuenta metros y me senté en un banco a disfrutar de la vida y del cigarro. Un deleite fumarlo con la placidez de los vivos, algo que al viejo Casale no le habrá pasado nunca. Pero en especial, ahora recompuesto, traté de desentrañar el origen maléfico de lo que había sucedido, y que aún podría suceder. Enfrente yacía, en otro banco, como durmiendo, una bella mujer vestida de noche, con ropa coloreada de diferentes ocres y azules. Una pierna encogida, inmóvil. Me di cuenta, supe al instante que no dormía. Que estaba muerta por el calor africano, deshidratada, yerma. Ni siquiera necesite zamarrearla para darme cuenta. Una víctima. Sí, ya sé que estaba tal vez demasiado hidratado ahora, y por ahí no se trataba de un cadáver, ni siquiera de una mujer, quizás era sólo una estatua con colores más apagados que las pinturas de Miró. Pero en ese momento, para mí era el calor africano él que se la había llevado. La contemplación de la belleza muerta la interrumpió un grupo de Bahréin, tres hombres y una chica. La chica me preguntó en inglés como llegar a la Grand Vía. Todo el mundo me preguntaba algo en cualquier idioma, andaban como despistados, pero más tranquilos. Antes habíamos estado todos puteando en diferentes lenguas, nunca vi tanta gente puteando al mismo tiempo a la salida de un partido de fútbol, sin distinción de banderías. Y eso que había sido un partidazo. Le dije que amaba Bahréin y a la vida y a la guita que la mina se veía tenía.

Después vino una trabajadora de la yeca y me trató de guapo. Le dije que me iba al hotel, y ella me dijo confundida que ella ya atendía en uno. Pobre. El  penúltimo episodio sucedió con un marroquí habitante de Valencia. Me preguntó por un bar. Le recomendé el San Telmo, pero que se apurara porque estaban cerrando. Se sentó a mi lado. Me dijo que buscaba otro, llamado Boy-Boy. A Casale no le hubiese sucedido. Nadie se le habría arrimado con una proposición así. Casale era un viejo rosarino pobre come gatos. Con perdón, no quiero discriminar, pero es así.

El marroquí seguía expectante. Me di cuenta que era el momento justo para emprender la retirada. Tres de la mañana. Ahora hay taxis para elegir. Paro uno. Le digo que espere hasta que termine el puro. Espera. Hay crisis, es la madrugada. El que maneja es Miguel, un viejo filipino. Durante el viaje me dice que conocerá un día Buenos Aires y después se retirará con los monjes benedictinos de Montserrat.

Casi no lo escucho. Pienso en Casale. A él le dio un bobazo en la cancha de River y murió feliz. Era de Rosario e hincha de Central. Una buena muerte. En cambio morir deshidratado en Barcelona por venir a ver a un rosarino millonario hincha de Ñuls no hubiese sido ni agradable ni heroico, sino estúpido, en especial para un porteño hincha de Racing.

Así se hizo la luz. Definitivamente habían sido esos tres hijos de puta que atrajeron los vientos africanos que presagiaron mi entierro. Les habrá molestado que rompiera mi tradición de verlos cada fin de semana por la tele, no sé, lo cierto es que quisieron amasijarme. No como al viejo Casale, que le hicieron la celada con buenas intenciones, pero se les murió, no, a mí no, a mí me querían muerto. Se me hace más que claro recordando situaciones del partido. Cuando Mascherano metió ese pase de setenta metros para que Pedro hiciese el empate, se abrazó con Piqué y listo. Pero cuando el petiso orejitas paradas hizo el jugadón del tercer gol, el de Xavi, todos se fueron a amontonar sobre la izquierda, y del montón quedó ultimo Messi, que levantó su brazo como agradeciendo (¡ni siquiera había intervenido en la jugada!) pero medio como que relojeó para donde yo estaba, e hizo una mueca. Y cuando el partido terminó se juntaron los tres y venían hablando entre ellos, de pronto se pararon y me junaron mal, les digo que muy mal. Directo a mis ojos. Debe ser que tienen un pacto con el Diablo, por eso juegan así siempre. Pero como precio tendrán que ofrendar víctimas, corderos de sacrificio, otarios como yo. Y los únicos que te pueden salvar de un conjuro satánico son los ángeles, un par de ángeles, como los del bar. El petiso de Nápoles y Diego Armando, y la amorosa catalana aporteñada.

Chau Casale. Descansá en paz. Fontanarrosa te hizo inmortal. A mí no, pero todavía ando por acá, gracias a los ángeles.

Al mismo tiempo que «Camp Nou» (cuyo texto es la versión corregida de un mail escrito en Barcelona el 24 de agosto), hemos subido a la sección Literatura el emblemático «19 de diciembre de 1971», de Roberto Fontanarrosa, quizás el mejor cuento de fútbol escrito en la Argentina. Lo incluimos porque al hacer referencias «Camp Nou»  al personaje del viejo Casale, tal vez quienes ingresen al sitio querrán reelerlo. 

29 pensamientos en “Camp Nou*

  1. DARO

    IMAGINO AL VIEJO CASALE SALIENDO DE LA GUARDIA DEL PIÑERO, LUEGO DEL SUSTO POR LA EMOCION DE LA PALOMITA DE ALDO, YENDO A FESTEJAR CON EL INTERVENTOR – POLAK – CON UN CHOCOLATE CON CHURROS EN LA GIRALDA, INTERCAMBIANDO ABRAZOS Y ANCEDOTAS DE LA ACADEMIA ROSARINA y LA ACADEMIA DE AVELLANEDA.

  2. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Cálido abrazo que retribuyo. Cuento de fútbol es en verdad 19 de diciembre de 1971, de Roberto Fontanarrosa, subido a la sección Literatura el mismo día que Camp Nou (nacido de un mail que envié a mis hijos desde Barcelona). A mí en lo personal me gustó más Unos Metros, un relato de época, que escribí en Navidad como un regalo también para mis hijos.

  3. Dulce Soledad Suárez

    Tiene mucho para rescatar -no solo algo- del plano literario. De fútbol no entiendo nada, sin embargo me atrapó por sus imágenes y buen manejo del idioma. Gracias por hacer este sitio, el arte, en este caso la literatura, es el alimento para el alma!!!
    Un cálido abrazo,
    Dulce Soledad

  4. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Hola Dulce, tanto tiempo, qué alegría! Es probable que el relato tenga algo para rescatar en el plano literario. Pero lo que es absolutamente cierto es que todo lo que dice, me sucedió en realidad en esa ida al Camp Nou. Todo, absolutamente todo

  5. Pingback: directorios de articulos

  6. Tato Damario

    Vencieron el ataque de spams solo para permitir comentarios tontos como el Luis Mallo. El debe ser el tonto y los otros los sabios

  7. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Contestamos a Luis Mallo: el clasico perdurara por siempre. Los catalanes no se suicidaran, y si acaso se separan, lo haran de la Madre Patria, no de la Liga. De tontos no tienen nada

  8. Luis Mallo

    Cuando los catalanes decidan su independencia, este cuento perderá vigencia, pues ya no existirá el clásico hispano Barcelona vs Real Madrid.

  9. Lalo

    No sabía que leer un cuento así podría gustarme; y me lo leí de un tirón. Está muy bien escrito, y la trama te atrapa. El de Fontanarrosa es insuperable, no lo conocía, el género literario de fútbol parece que es mejor de lo que creía. Voy a investigar

  10. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Muy lindo lo que cuenta Eduardo, quien habita en Barcelona pero por el lenguaje tal vez sea argentino. Le encomendamos (por expreso pedido de nuestro administrador principal y autor de la nota) que baje desde su casa hasta el San Telmo y, salvo que sea abstemio, se tome unos tragos para ver mejor, como dice la canción. También que vaya al Front Maritim y conozca a la recepcionista que según el relato es guapísima. Y si ella le deja un hueco, la lleve a pasear por la Avda. Diagonal

  11. Eduardo

    Me flasheó muchísimo porque el Bar donde te rehidrataste es justo en frente de mi casa y justo esa noche, estuve largo rato mirando la ventana, pensando «cuanta gente que hay». Así que seguramente te vi.

  12. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Llegan spams diariamente de a cientos y miles. Estamos trabajando para evitarlo, aunque no es facil, los antivirus conocidos no funcionan. Eso provoca que algunos comentarios hayan quedado ocultos entre el lote de spams. Pedimos disculpas

  13. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Gracias a Alberto de la Calle y a Mario Dubois por sus comentarios acerca del relato. Tambien a Tato Damario, que se ve que se ha moderado un poco. Muy bueno lo de Enric Fuster, cuya identidad real la tenemos bajo la lupa, sospechamos quien es.

  14. Jorge Capel

    Muchos opinantes coinciden en pedir a Polak que se dedique a escibir cuentos de futbol, y cese en la practica de otros menesteres, pero pobre hombre, lo conozco, trabaja de abogado y docente, no tiene fortuna personal, es una rara avis que no se quedo con un mango de todos los patrimonios publicos que tuvo a su cargo, ministerios, bancos, el PAMI, Boca Juniors, si se pone a escribir y deja el laburo va a terminar vendiendo ballenitas o lustrando zapatos, porque ademas a quien le va a vender esos cuentos

  15. Carlos Portal

    Karl May? Quién es? Karl Marx no será? Guevara leía a Marx. El cuento es buenísimo, escriban más cuentos, y menos cosas políticas. Es mejor en este pais decadente leer algo para distraerse

  16. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Desconocía que Karl May, notable y antiguo escritor de novelas de aventuras, más ciego que Borges y notorio delincuente juvenil, había sido plagiado por Ernesto «Che» Guevara, como señala Euskal du Nak. Pero está claro que a mi mente vino Guevara aquella noche del 23 de agosto, no Karl May

  17. Luis Vasco

    Pensar que este tipo anduvo toda la vida perdiendo en tiempo en la política. Ya lo dice el reo ese, el Tato Damario, (un tipejo de comité, sin duda) que se deje de joder con lo del desarrollo y se dedique a escribir de fúbol. Un hallazgo, viera, el hombre. Capaz de relatar esa ida a la cancha en la vieja Barcelona (ciudad con mas marketing que con amor, por cierto) de un modo que hubiera elogiado el negro desde Rosario.
    Chapeau.

  18. Euskal du Nak

    Un horror aquello de «Apoyado contra un árbol, como un Guevara recién desembarcado, me dispuse a morir». Que Ernestito Guevara copie al pie de la letra al novelista Karl May se entiende, porque era un mentiroso. Pero que el doctor Polak copie a Ernestito Guevara es inentendible (e imprescriptible). Por lo demás, los expañoles son como los describe el doctor Polak. O peores. Dios (Jaungoikoa) hizo al río Ebro, al río Garona, al Golfo de Biskaia, al Océano Atlántico y a los montes Pirineos para separar a los expañoles de la gente.- Saludos. Euskal du Nak

  19. Alberto de la Calle

    Un hallazgo del autor haber basado su relato en aquel cuento inolvidable de Roberto Fontanarrosa; tan bueno como la idea de haberlos subido juntos a este blog sorprendente

  20. Mario Dubois

    Lo bueno del cuento es que, de una simple anécdota, despierta el interés al punto que no puede dejar de leerse hasta el final, sucediendo los hechos en forma vertiginosa. Resulta atractivo y para los que llevamos la pasión futbolera en el corazón, un verdadero deleite.

  21. Rodolfo Nadra

    ¡De terror! Y lo mejor, o más bien lo peor, es que no es cuento sino que Federico, realmente, ¡cuenta! Yo me lo creo y le creo, absolutamente. Parece una indagatoria en el Purgatorio. Pero esos tres demonios cuyo conjuro, sí, puede ser imaginado, no lograron por suerte una prisión preventiva y el juicio final para mandarlo al Infierno. El Tordo fue sobreseído, en parte por su buena pluma y mucho por el vuelo de su prosa, más cercana a esos dos ángeles que lo salvaron. ¿O habrá sido solo falta de mérito? Porque tratándose de San Telmo, y en cortada con Buenos Aires, nunca se sabe…

  22. Tato Damario

    Tremendo cuento! Qué bueno! Aunque se ve que el tordo estaba medio pasado de cerveza al final. Escriba más cuentos, tordo, de futbol. Terminela con eso del desarrollo

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