Campeón
Viene a ver al campeón. Hace más de diez años que no anda por aquí. La última vez fue en 1973. Ese año llegó para la pelea en la que el monarca perpetuo revalidaría -como siempre- su corona, que perdería de nuevo no sobre el ring, sino porque así lo decidirían arbitrariamente referís estúpidos y crueles dentro de oficinas y cuarteles. Circunstancias que repetidas una y otra vez acrecentarían su fama de vencedor eterno.
Aquel 1973 aparece en Mendoza, vía Chile, cruzando la cordillera en tren para evitar alborotos mediáticos. Un joven Osvaldo Soriano lo espera, relata su llegada, escribe un reportaje. Él esquiva bien, vistea, es un estilista superlativo. Plantea sus opiniones desde la esperanza de la construcción de una vanguardia latinoamericana transformadora y democrática. Pero, aunque no lo dice en ese reportaje, aquel campeón no le gusta, ha descubierto en él, desde que se calzó los guantes para ganar la corona por primera vez, demasiadas caras y perfiles. Sabe que es más un autoritario pendenciero, que un revolucionario progresista. No cree en ese campeón. En realidad, sólo viene a presentar el Libro de Manuel.
Ahora es 1983 y hay un nuevo campeón, un campionissimo. Uno que ha logrado lo impensable: derribar el mito de la invencibilidad del otro, ganándole por nocaut técnico en el sexto round. El vencido es apenas un boxeador travestido en uno de los tantos rostros que adopta el viejo monarca para cada una de sus tantas peleas. Él conoce de estos temas como ninguno. Retrató a Justo Suárez, el Torito de Mataderos, en un cuento que ganó por nocaut en el primer round, como todos los suyos. Sabe (y lo enseña donde y cuando puede, en París o en a La Habana) que si los cuentos no ganan por nocaut rápidamente, es que no sirven. No pasa sólo con los cuentos, también sucede en el boxeo, en las tenidas de jazz inacabables, en la vida misma. Es así. Que le pregunten a Charlie Parker si no lo es, acaso. Se gana o se pierde por nocaut. Lo otro –la rutina, la mesura, el cálculo- está reservada para los demás, no para los campeones.
Esta vez llega vía Ezeiza, no por la Cordillera de los Andes. La ciudad vive agitada porque dentro de unos días el campeón se ceñirá la corona en una ceremonia formal. Una ciudad que a él lo reconoce como siempre, lo homenajea, lo celebra. Pasea su alta e inconfundible figura por las calles de Buenos Aires, aunque su rostro luzca menos aniñado ahora, quizás por la cercanía de la muerte. Firma autógrafos, recibe flores (jazmines), concede entrevistas, asiste a recepciones. Pero no ha venido a eso. Ha venido a ver al campeón, el del nocaut imprevisto, el héroe impensado que deberá contentar las fantasías (diferentes unas de las otras) de la multitud que lo acompañara en el combate.
Se ubica en el ring side del estadio del Hotel Panamericano, frente al Obelisco. El campeón está arriba, en el ring, en el último piso. Allí lo verá. Deja por momentos su butaca, camina, comenta la pelea, saluda a los curiosos. Es un conocedor del negocio. Sabe de jabs, uppercuts, ganchos al hígado, reclamos populares, reparaciones históricas y sueños revolucionarios como aquel del rayo verde de Julio Verne que ha inmortalizado en una columna de Clarín. Tal vez sospecha que pronto morirá, pero percibe que su presencia allí, saludando al campeón, no será meramente una figura, un símbolo, sino que tal vez también le sirva para mitigar el cansancio físico al que lo somete la enfermedad. Quiere ver al campeón ¡Es quien que ha vencido al invencible, que además juzgará a aquellos que desde cuarteles y escritorios retrocedieron el curso de la historia imponiendo la muerte!
Pero no lo ve. Su cita se desvanece como la tormenta del mar agitado que precede al desembarco definitivo de la democracia. Un olvido, demoras, titubeos, quién sabe, impiden el encuentro. Julio Cortázar ya no estará con el campeón. Vuelve a su casa parisina sin proferir una queja sobre el desafortunado trance. Es un hombre noble. No lo apresan las mezquindades que quizás hayan lucido quienes estuvieron políticamente interesados en promover o en evitar el encuentro frustrado. Regresa a su casa enfermo; quizás (como dice Borges) esperando en vano las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño.
El campeón lamentará siempre el desencuentro. Él también tiene una nobleza que otros no exhiben. Reconoce al diferente. Lo reconoce porque piensa distinto. Hubiese querido encontrarse con Cortázar, uno de nuestros grandes campeones culturales, intercambiar pensamientos, discutir ideas, otear el porvenir, soñar una Argentina nueva. Una Argentina sin el viejo monarca que siempre se da maña para regresar, una y otra vez, y aún está presente, demasiado presente.
Raúl Alfonsín, ya cercano años más tarde su propio final, dirá acerca de Cortázar que le hubiese gustado verlo aquella vez, e invitarlo a tomar un Pernod.
- The Killers
- Borges, en estos días
Un gusto que entre al sitio, Colina Arenas. Bienvenida y agradecido por lo que dice. Recuerdo la película. Creo que el actor era Gregory Peck
Un narrador excelente que mantiene la tensión del relato hasta el final. Glorioso cuando la encarnadura de «los campeones» le gana a la épica. Nos acerca una anécdota conocida mostrando los desencuentros y las intenciones que van más allá de lo adjetivable. En definitiva el encuentro con el Otro es un imposible. Un placer descubrir su blog. Gracias, también por Las Nieves del Kilimanjaro de Hemingway, un film del mismo nombre es más que recomendable, del director Robert Guédiguian (2011), sin relación con la de 1952 de Henry King.
Siempre, en el fondo de toda historia argentina, hay un pelotudo que deja pasar la oportunidad de pasar a la Historia, con tal de no molestarse.- EdN
Gracias Claudia ¡Qué lindo lo que dice!
Me gustó mucho el relato. Lo llamo así, ya que considero que un hecho «real» o «histórico» se transforma en literario por obra y gracia de la palabra y del estilo, tan vitales en el caso de Federico Polak a quien felicito y aliento a continuar deleitándonos.
Agradecemos el comentario de Patricio Asensio Vives, valioso como los otros aportes que salieran de su pluma desde que creáramos este blog
Una (otra) joyita del «Tonto y los Sabios» !
Una metáfora del «efecto mariposa», tantas veces detectable en nuestra historia…
Hace rato que vamos juntando a nuestras glorias -no importa cómo pensaban: nos hacen pensar – con las cuales es posible edificar el gran paìs.
Felicitaciones! Patricio.
Buen recuerdo, pero prefiero cuando escriben o ponen cuentos directamente en la portada, porque en literatura hay que ir, pinchar, se pierde tiempo buscando. Pongan todo en la portada y listo, gracias.
Gracias Uge, qué lindo lo que dice!
Gracias Federico por los textos que nos regala!
Su revisión de la historia que cuenta a través de lo pequeño, nos ofrece un acercamiento a lo humano de una sensibilidad infinita.
Gracias Rodolfo por un comentario tan grato. Lo aprecio verdaderamente. De vez en cuando es bueno garabatear acerca de algún instante de la historia; por eso esta nota breve sobre aquel encuentro que no fue, enmarcado en aquella jornada que comenzara hace treinta años y permanece invicta: la democracia.
Coincido con Alberto, Federico. Bello, muy bello. A esta altura, ya me parece clara tu vocación y tu norte, al menos en esta etapa de tu vida. Por favor insistí, para nuestra gratificación. Lo demás, opinable y refutable, como lo fue lo de Juana, es puro cuento.
Gracias Alberto por tu comentario, y por la respuesta a Juana, a quien tampoco conozco. Ella ha recogido únicamente la versión que se originara en una nota en P/12 de Osvaldo Soriano, un escritor que admiro tanto que mi única novela fue ofrecida en forma explícita a su memoria. En cambio, respeto su excepcional carrera como periodista, pero sólo admiro decididamente al escritor; al periodista un poco también, claro, pero menos.
Juana, no te conozco, por lo cual nada puedo decir salvo: ¿porque hablás de lo que no sabés, y te quedás con la versión de «periodistas independientes» tan interesados entonces como ahora? Yo era oposición a Don Raúl en aquel entonces, pero me constan, por largas charlas posteriores, las dos últimas líneas de Federico. Si, esas que parece no alcanzaste a leer, y merecen respeto. Saludos.
Bello, Fede,realmente bello.
Lindo recuerdo. Pero lo cierto es que Alfonsin se hizo el sota y no lo recibio porque no quiso