La mejor hamburguesa del mundo

La mejor hamburguesa del mundo es la de Burger House, un local situado en el número 237 de Powell Street San Francisco CA 94102. Lo supiste cuando llegaste ahí (de pura casualidad, como suceden tantas otras cosas que te marcan la vida). Habías venido desde de Los Angeles este lunes en el avión de media mañana, y tomado un shuttle al hotel desde el aeropuerto. Eras el único pasajero y te hiciste amigo del chino que manejaba. Te dijo que recogería a un huésped de un hotel de los alrededores, que resultó ser un filipino de Arizona que esperaba la llegada de su suegra de Manila, por arribar esa noche, y quería conocer antes la ciudad. Formaron un extraño y divertido grupo los tres, hablaron sobre el tiempo luminoso y diáfano, bromearon sobre las suegras y en especial sobre los 49ers que habían perdido el domingo los play-off. Te sentiste (¿cuánto hacía que no tenías esa sensación?) mundano, abierto, generoso, derrochando buen humor.

Ahora tu recuerdo es que bajás en el Drake,  hacés un check in rápido – la recepción es cortés y expeditiva, quizás porque usurpás una vez más la condición de viajero frecuente de tu hijo al que le diste tu nombre y apellido, sin imaginar que te serviría para eso- y salís pensando en almorzar. Le pedís al conserje (un gigante negro que viste un disfraz de época, evocando los tiempos de Sir Francis Drake), que te indique un lugar para comer sea food. Después de pensarlo un poco, te manda a la vuelta, ahí hay un par de restoranes, dice. Pero decidís que sea food será apropiado para más adelante, para comer en el puerto, no ahora, y que los restoranes del downtown  son demasiado formales y caros. Caminás, comprás un ticket para un sightseeing en la parada de la plaza, te informan que en media hora habrá otro bus,  y descubrís ese pequeño lugar frente a la Union Square llamado Burger House, una larga barra de aluminio con cinco o seis taburetes que la enfrentan, extendida desde la plancha donde trabaja el cocinero, y la caja. Después viene la máquina expendedora de bebidas, de la que te servís solo; está un poco más allá, antes de los baños. No sabés bien cómo es esto de servirse las bebidas solo, dudás, pero la cajera te explica sobre el refill y todos los detalles del asunto. Pedís (¿qué otra cosa ibas a pedir?) una coca cola y la hamburguesa de la casa, que al rato tenés enfrente, sobre la barra. Perfecta. Ni una gota de grasa, ni de aceite. Tampoco hay aceite ni grasa en el side de papas fritas que la acompaña. El tamaño es standard, ni tan delgado como las hamburguesas de cadena, esas de carne incierta, ni tampoco exagerado, sin pretensiones de impresionar al cliente. Te aproximás a ella despaciosamente, mostrando un sincero respeto. Es la hamburguesa de la casa, sí, pero no una hamburguesa recargada, apenas algo de tomate, un poco de tocino (excepcional, seco, te arrebata de placer), queso y una cobertura más a los dos lados de la carne que al principio creés que es otro queso, pero no, es huevo, huevo con la clara fundida con la yema, delicioso, un bocado gourmet. La gozás, claro que la gozás, como antes gozabas tantas cosas, deteniéndote en el placer de comerla, sabiendo que tal vez no haya más, que esta puede ser la única, o la última hamburguesa, como últimas para vos pueden ser ya todas las cosas.

Aun no sospechás que la hamburguesa de Burger House es (y lo será para siempre) una buena razón para dejar tu corazón en San Francisco, como dice la canción que canta Tony Bennett. Tal vez lo intuyas, pero en todo caso no sabés todavía si será la única razón para dejar tu corazón, o habrá otras muchas. No conocés la ciudad, ni has hecho aún el sightseeing  que te aproxime a ella. En realidad no has hecho nada de nada. Fundamentalmente no te has juntado con Valentino Fazzari, lo que harás recién por la noche, y continuará el encuentro a lo largo de los tres días que sobrevendrán. Valentino te llama –una de tus hijas le pidió que lo hiciera- , y quedan en verse en el barrio italiano por la noche, en un restorán supuestamente argentino, que como todos los restoranes argentinos de las grandes ciudades, no es nada argentino. Valentino es un personaje impar. No hay otro parecido. Es un experto en San Francisco. Nacido y criado. Conoce la historia de cada lugar, cuánto cuesta cada metro de terreno, cuáles sus valores históricos, sabe de las leyendas y de los fantasmas de las familias tradicionales, de sus esqueletos en los placares, los cadáveres ocultos y de la sexualidad escondida en los closets, como para empezar. Su madre fue la Reina del Mambo, una celebridad de la noche. Su padre era un italiano que la había conocido cuando era soldado, un hijo de italianos de Chicago que tuvo que pedirle permiso al Don de su ciudad para no regresar, y casarse. Formaron una pareja única cuyas vidas, que vivieron juntos,  merecería que alguna vez la filmese Martin Scorcese.  Valentino te hará conocer San Francisco como no pudiste haberla conocido solo, metido en el traje de simple turista. Con él cenaste dos veces la primera noche (y todas las noches que siguieron a esa), y en el trayecto de un restorán a otro, o cuando cruzaron a tomar un café a un caffettino  de Valentino, la gente te saludaba como si te conociera, solo porque estabas con él. Mostraban su respeto. Se pararon a charlar contigo italianos comunes y poderosos, o leyendas locales, como Charlie, quien después de abrazarte te mostró todas sus fotos con presidentes y  celebridades, y mandó desde el teléfono la más preciada, la única en la que Frank Sinatra, su amigo, canta con un vaso de whiskey en la mano, que por supuesto tomó el mismo Charlie. Diste vuelta por los muelles de madrugada posando para fotos que sacaba Valentino, allí donde domina la mafia y terminaste una noche en el lugar donde se introdujo el Irish Coffee en California, que estaba cerrado pero a ustedes se lo abrieron. Fuiste a dar vueltas a las dos de la mañana por las increíbles callejuelas de Bulit, en uno de los vecindarios ricos de San Francisco, te quedaste absorto ante el edificio de Vértigo, y hasta pareció que Alfred Hirchcock te estaba observando junto a Jimmy Stewart abrazado a Kim Novak; mediste cada metro cuadrado de cada uno de los barrios, en especial donde viven los multimillonarios, conociste sus historias de fábula, te asombró la casa de Danielle Steel y pensaste cuán millonarios son los escritores que venden millones de copias, viste la casa de altos donde escribía Dashiell Hammet, que ya conocías por fotos en sus biografías, pero que no suponías tan limpia y aseada; sí, esa casa donde él vivía y escribía alejado de su familia, permitiendo apenas que lo visitaran sus hijas; te sobrevoló desde una casa donde ella vivía, el espíritu de Janis Joplin, que seguro hubiese hecho causa común con Harvey Milk, y fuiste al restorán de Francis Ford Coppola, compartieron una ensalada, bromearon sobre Buenos Aires, se sacaron fotos.

Pensás que todas son buenas razones para dejar el corazón en San Francisco. Como también lo son pasear dentro del verde, verdísimo Presidio, admirar los recovecos marinos de Fisherman`s Wharf, caminar receloso por Chinatown, o darse cuenta de que la razón más valedera de una visita a Alcatraz, es la vista que de ahí se tiene de San Francisco, y a lo lejos la del Golden Gate Bridge, con el viento castigando tu rostro, en días extrañamente sin bruma, a pleno sol, un invierno perfecto que no es invierno, porque aquí no hay invierno, ni tampoco verano. Pero siempre, detrás de todas esas razones para dejar tu corazón, aparece impertérrita la primera sensación: el sabor de la hamburguesa, la que masticaste muy lentamente, primero la carne y el tocino, después el side de papas fritas, haciendo durar eternamente tu deleite, aquel primer mediodía en Burger House.

Ahora, ya instalado, buscas un sitio donde fumar tu habano. Es feriado, es el Martin Luther King Jr. Memorial. Vas meditando tonterías propias de tiempos de vacaciones. Elucubras que en San Francisco las parejas heterosexuales están compuestas por lo general por una oriental y un nativo, pero no al revés. Y que las parejas homosexuales, tal vez más numerosas, preferentemente masculinas, pocas femeninas, no contienen esa diversidad. Nada es cierto ni serio, pero te lo creés, tan sólo porque lo inventaste y te pareció adecuado. Encontrás un lugar que se te antoja apropiado en la parte superior de la plaza. Sentado frente a la avenida, contemplas Macy`s con sus carteles de The Cheesecake Factory, Burger Bar Union Square, Louis Vuitton que ves como en una platea preferencial, como ves a la gente en su interior, y hasta un piano. Se te acerca un negro joven, parece algo enfermo, te pide un penny. Vas a negárselo, pero en el ultimo instante te divierte joderlo, metés la mano en el bolsillo y mágicamente aparece un penny. Con severidad, con esa mirada tuya que alguna vez asustara a tu prójimo, le decís “U ask for a penny, take your penny, man; just a penny”. Él no reacciona mal, aunque te lo hubieses merecido. Hace una mueca, tal vez una sonrisa, toma el penny y se va. A tu alrededor hay jóvenes sentados, tal vez empleados, charlando de sus asuntos cotidianos. Pero aparece un empleado municipal, también muy joven, que de buenas maneras te pide que te vayas del lugar. “I am sorry Sir, but you cannot smoke in this side of the park”. “Oh I am sorry, so sorry!”, contestás. Y él “It´s OK sir, you can go downstairs and smoke… you see these tables, people eat here”. Bajás y te paseás por el lado inferior de la plaza. Un chico homeless huele tu cigarro y grita “Romeo and Juliet?” “No, Partagas, I am sorry” “Well, dice, I love Romeo and Juliet, best cigar in the world”. Sentís que los querés a todos, tan diferentes del americano medio, distintos a los de New York y a los blancuzcos o bronceados de Los Angeles. Forman una comunidad única, aunque sean diferentes entre sí. Porque si caminás por Market St hacia la octava, como lo harás el último día, antes de tomar el subte para el aeropuerto, desde otro caffettino de Valentino, mientras él y Mariana trabajan para mejorarlo, muchos otros te pedirán un penny, otros negros menos tranquilos y más pobres, pero todos de San Francisco, el lugar más progresista que has conocido.

Ya al final, degustando todavía esa hamburguesa cuya impronta te ha durado días, te acordás de que Sy Gozar, antes de que fueras una vez a New Orleans, te dijo que allí había un lugar (¿Charly se llamaba?) donde hacían la mejor hamburguesa del mundo, que él había ido con su hijo, que no había otra igual. Y estando en New Orleans con tu compañera de entonces, la única que en realidad tuviste, buscaste la hamburguesería, y como no la encontrabas le preguntaste a un policía que iba en su patrullero. Y él te llevó a la hamburguesería dentro del patrullero, en la parte enrejada de atrás, y pese a todo el encanto por lo que sucedía, no te pareció extraordinaria la hamburguesa, y ahora pensás que tal vez era muy buena, excepcional, pero ahora comprendés que son las circunstancias que rodean la hamburguesa (la hamburguesa y su circunstancia), las que terminan convirtiéndola en definitivamente buena. Recordás que te levantás del taburete, parecido a los que hay en La Habana en los bares de la noche, y le decís al cocinero de Burger House que su hamburguesa es decididamente genial, y él le comenta a la cajera, en español, sin saber que lo entendés, “¿qué dice éste, es mi especialidad, cómo quiere que la haga, mal?”

Cuando vas a tomar el avión que te devolverá a Los Angeles, te preguntás si San Francisco no será un buen lugar no ya para dejar el corazón, sino para recalar un largo tiempo, tal vez el que te queda. Pondrías cara de Dashiell Hammet, te dejarías un bigote fino y te daría la tuberculosis, aunque no el talento. Saldrías a comer con Valentino y manejarías tan rápido como cuando Steve McQueen huía de los mafiosos de la política.

Ahora el avión levanta vuelo (sigue tu degustación del plato de la hamburguesa de la casa, atacando el side de inigualables papas fritas), y leés que la contratapa del diario informa que el condado ha echado de la obra en la que trabajaba a una actriz, por el mero hecho de haber adherido al Tea Party.

Te pone tan contento la noticia, que en un arranque de felicidad le mandás el link por mail a tu otra hija, dejando (ahora sí definitivamente) tu corazón en San Francisco. Sabés que lo recogerás cuando vuelvas aquí, si pudieras volver algún día.

 

35 pensamientos en “La mejor hamburguesa del mundo

  1. Eduardo

    Muy linda nota, como no identificarse con la sensación de sentirse mundano y feliz al tratar con un par de desconocidos a miles de kilómetros de casa. Y me gusta mucho la elegante coartada (por si lo reconocieron) del abogado al que metieron en cana en New Orleans «…fui en patrullero a comprar hamburguesas…» Andaaaa

  2. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Thanks Robert! Very good comment. You are so nice. And you are right about the argentine way to say “mejor del mundo”, whether we’re talking about soccer, a particular food or drink, etcetera. Let me tell you a short funny story: when I wrote La Mejor Hamburguesa del Mundo, same day I wrote in Twitter: Best hambuger!!! with the link http://www.eltontoylossabios.com aggregated. Suddenly, a user called «Hamburger of the world» or something like that, marked the Twitt as a favourite. Lastly, I assumed that your reference to «In N Out Burger» as the best, at least in your world, is just a joke

  3. Robert

    Wow, I’m suddenly very hungry!!! :)
    Here’s a thought I had when reading the title. It must be something very Argentine where people constantly refer to things as «mejor del mundo». Whether we’re talking about soccer/football, a particular food or drink, and even WOMEN! Whereas in English we would say «best hamburger I’ve ever tasted/tried/had» knowing full well that it’s close to impossible to put a label of «best in the world» to anything that was not deemed so in some sort of World Competition. Travelling to Holland I tasted their French fries (chips in UK), papas fritas here, and I thought, «best fries I’ve ever tasted» then realized that there had recently been some sort of World championship of French fries and Holland was 3rd!!! Best in the world was to Belgium! Anyway, hard to really know if the burger is in fact the best in the world but we get it, and moments and people make a food even better, or worse, than what it is. Great piece! In my opinion, I have to go with In N Out Burger as the best, at least in my world ;)

  4. Claudia Farias Gómez

    Gracias Federico por este relato. Nunca me canso de ponderar su sentido de lo concreto, virtud literaria esencial, así como la descripción minuciosa de detalles en la que subyacen apreciaciones más profundas. Creo que la elección de la segunda persona es un acierto que le otorga fuerza a lo narrado. Felicitaciones y esperamos otras publicaciones en esta línea. Saludos cordiales para todos

  5. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Adolfo, mi abogado querido! Tal vez vuelva a San Francisco, rehabiliten Alcatraz, me lleven a la sombra, y allí quede hasta que rindas el bar en California, y me defiendas poniendo a salvo mi buen nombre y honor.

  6. Samantha

    Its like you read my mind! You seem to know so much about this I think that you can do with some pics to drive the message home a little bit, but instead of that, this is great blog. An excellent read. I will definitely be back.

  7. Euskal du Nak

    Federico: volví recién de un viaje por mar durante el cual perdí 20 Kg de peso y otros muchos en billetes de banco y me recibís con ésto… No me cabe duda de que el Mundo es una inmensa injusticia hecha de comida.- E.

  8. Federico G. Polak Autor de la entrada

    El comentario de Daniela Abecasis es breve, bello e inteligente. No admite réplicas ni añadiduras. Pero es posible plagiarlo. Así: «Temía que fuera como Museo de la novela de la Eterna de Macedonio Fernández, tan anunciada…Pero llegó el momento de leer La mejor hamburguesa del mundo. Desde una perspectiva de análisis literario, me encanta la persona y el tiempo. Desde otra mirada, aquella que es difícil de plasmar como técnica, creo que las sensaciones y sentires están genuinamente expresados… Deleitable».

  9. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Felipe, cuando escribí Yellow Days en 2011, tu comentario le dio un cierre perfecto, contando incluso cuando se dieron la mano con Frank Sinatra en New York. Ahora no le das el cierre, sino que abrís el relato, elevándolo las celestiales alturas de San Francisco, esas que el de mi pobre hamburguesa apenas vio de lejos. ¡Qué lindo sería que nos enviases una nota tuya alguna vez! Gracias por amigo, por tanguero, por jazzero, por bolerista y por Yofre!

  10. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Maese Sy, impecable es tu comentario, como siempre. Apunto que podría atribuirse a Bill Clinton una frase memorable: «es la circunstancia, ¿vio?» En todo caso, como abogado de mi causa reafirmo que la hamburguesa de Burger House es mejor que la de New Orleans, porque fue comida en soledad, sin rubia alguna. Ni siquiera había allí un Valentino, de esos que abundan en San Francisco, en especial en Castro.

  11. Felipe Yofre

    Federico, como los pintores, es un «impresionista» del relato, que tomando por base una hamburguesa nos moviliza por San Francisco,desde el Hotel Drake con su último piso que domina la ciudad y en el que se bailaban «standards» con un pequeño grupo. Nos devuelve en el recuerdo a Kim Novak la rubia de quien se enamora Frank Sinatra en «Pal Joey» junto a Rita Hayworth, filmada allí en la ciudad de los tranvías que desembocan en el mar (en ese film Sinatra canta «In a small Hotel» campaneando la pelirroja). Finalmente nos devuelve al «wharf» poblado de asiáticos cocinando crabs en las planchas hirvientes y dándolos vueltas en el aire. Nos queda para otra vuelta los locales de Columbus Circus y el saxo de Charlie Parker. Gracias Federico te dice tu amigo tanguero, jazzero y bolerista

  12. Sy Gozar

    Impecable descripción de los memorables rincones de San Francisco con ese peculiar estilo de Federico, siempre rico en ironías, sutilezas y con una buena cuota de inocente picardía. Apto para todo público.
    Anyway, siendo el responsable de haberle recomendado la inigualable hamburguesa de New Orleans, debo reiterar mi voto hacia la misma como «la mejor hamburguesa del mundo», más allá de este intento de destronarla con una sin duda excelente imitación. Además, estimado Federico, como bien mencionas en el relato, la «circunstancia» que rodeaba aquella primera experiencia era una espectacular rubia que dejaba deslumbrados a los que cruzaba a su paso y que sin duda no podrás compararla con la del Valentino del cuento.

  13. Federico G. Polak Autor de la entrada

    Imerio, querido amigo, en Burger House no sirven vino, creo que ni siquiera cerveza, no tienen licencia para hacerlo. Tomémonos un vino acompañando una buena pasta acá en Buenos Aires, en tanto discurrimos sobre las improbables hamburguesas californianas.

  14. Daniela Abecasis

    Temía que fuera como Museo de la novela de la Eterna de Macedonio Fernández, tan anunciada…
    Pero llegó el momento de leer La mejor hamburguesa del mundo. Desde una perspectiva de análisis literario, me encanta la persona y el tiempo. Desde otra mirada, aquella que es difícil de plasmar como técnica, creo que las sensaciones y sentires están genuinamente expresados… Deleitable.

  15. Ana María Cabrera

    Me tomaste de la mano desde las primeras líneas sin soltarme hasta el final. Caminé por la narración cómoda, sin tropiezos. El uso de la segunda persona me hizo sentirme protagonista de la historia. Regresé a San Francisco. Qué bueno!!!!

  16. Imerio

    Hermosa estampa de una visión gastronómica de San Francisco. Pero Federico: ¿Qué semblanza nos queda de la referencia de los placeres etílicos de la City? Mucha coca y poco culto a Dionisio…
    Imerio.

  17. Mara

    ¡Federico, amore, amore! Sos como el vino…¡un poco más añejo, mejor! Fachero antes, canchero de mocasines arrastrados, después y siempre un fachero en la política, en la cultura, en todos lados, pero fachero siempre; son colosales tus historias, las leo siempre, nunca me atreví a comentar, aunque este comentario va con trampa, quién sabrás vos quién soy en realidad, jajajjajajaja

  18. Carlos

    Leyendo este blog uno se transporta a lugares que conoce, mejorados, humanizados, embellecidos por la pluma de Federico Polak con esa habilidad que tiene de hacer la vida más hermosa; me saco el sombrero ante esta entrada y ante aquella del partido de fútbol en Barcelona, o el cuento con las rusas en Londres. Además San Francisco es, como dice el autor, un lugar para dejar el corazón

  19. Rodolfo Nadra

    Muy bueno y, sobre todo, muy bien escrito. Claro que siempre se puede contar más, menos o de forma diferente. Pero es lo que quiso decir, por cierto con elegancia y buen soporte, casi cinematográfico, para imaginar, viajar con el pensamiento, como dice Ortencio. Para mí lo mejor que le he leído al autor en este sitio, junto con aquella odisea en Barcelona.

  20. Nicolás Russo

    El autor se olvidó de contar más sobre Frisco. Se encandiló con la hamburguesa y con el gangster que le hizo de guía, él sabrá por qué; nos dejó esperando un desarrollo mayor, pero linda estampa franciscana igual; excelente este blog, mantiene el nivel y eso que salió a la luz el día que se fue de este mundo Nefastor, lo enyettó

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